Sobre avances y retrocesos
Señor director:

Es significativo que las reformas llevadas a cabo en el período de la Revolución en Marcha fueron abolidas por el auge del neoliberalismo. Desde entonces se ha buscado que el antagonismo entre el capital y el trabajo termine por disolverse ante la debilidad de los trabajadores. El neoliberalismo pretende la disolución de las organizaciones de los trabajadores inclinando el fiel de la balanza hacia el capital. El Estado como empresario y el capital privado reorganizan la sociedad a partir del paso del capital de las empresas estatales, a manos privadas y, de otra parte, disolver las organizaciones de los trabajadores y las reformas de carácter liberal.
La lógica de apertura frente al antagonismo social ha dado resultados en el acrecentamiento de capital y la disolución a cualquier precio de las organizaciones y los beneficios de los trabajadores, pero la violencia se ha acentuado en la sociedad colombiana.
Ante los conflictos que no llegan a una resolución dentro del pensamiento moderno que tienen como base que la sociedad es antagónica, se pensó que la reforma constitucional constituía una panacea. La Constitución de 1991 instaura un intento más por cambiar el mundo del lenguaje sin cambiar las relaciones entre el capital y el trabajo y, de otra parte, las relaciones entre los individuos. Sin embargo, la implementación no lleva a plantear un horizonte de modernidad.
Los cambios que se dan en la estructura económica acrecientan el capital, disminuye el poder del trabajador y de sus organizaciones. A su vez las innovaciones en la estructura política que tratan de establecer el juego del centralismo y del federalismo (descentralización) no conducen al mundo del ciudadano, que “es libre en la participación de las elecciones”, sino a un reforzamiento del reconocimiento de la irracionalidad como son las figuras del caudillo, gamonal y caciques.
Por otra parte, la Constitución de 1991 ha abierto la “libertad de cultos” que ha planteado el crecimiento de los movimientos religiosos en distintos estamentos de la sociedad. Sin embargo, continúa vigente la socialización religiosa que mantiene aquello señalado por Germán Colmenares: “A diferencia de los países anglosajones protestantes, la tradición católica hispana de Latinoamérica reserva el discurso moral a un cuerpo especializado”. De esta manera, no sólo continúa la tradición eclesial sino la perpetuación de la socialización desde la religión en una estructura jerárquica del poder.
Desde la tradición del catolicismo romano, lo que verdaderamente se plantea no es otra cosa que impedir la libre espiritualidad del sujeto y, en lugar de ello, una autoridad intermedia que en realidad sustenta la estructura de la verdad-autoridad-obediencia. La presencia de la tradición está presente en la utopía hacia atrás, que intenta la construcción de la sociedad desde la tradición: “Yo creo, como aquel gran poeta, que vale más el evangelio que cuantos libros antes y después de él se han escrito; y que el decálogo, que sólo consta de diez renglones, ha hecho más bien a la humanidad que todos los ferrocarriles y telégrafos, y velas y vapores y máquinas, cuyas resurrecciones, sino invenciones, aprecio como es justo y disfruto agradecido”, al decir de Miguel Antonio Caro.
Silvio E. Avendaño C.

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