En una encrucijada
Señor director:
Un niño, de origen humilde y con padres ausentes, empezó a consumir marihuana. Ingenuo frente al futuro que le aguardaba, aceptó escuchar una historia que marcó mi alma cuando apenas iniciaba mi camino como maestro.
Se trata de la historia de un estudiante que tuvo una adolescencia tierna y limpia. Se distinguió por su excelencia personal, académica y deportiva. El diario local le publicaba poemas y alcanzó el podio en el fútbol, su deporte favorito. Pero el destino le jugó una mala pasada y los suyos no lo acompañaron en los momentos más difíciles. Cayó en el mundo de las drogas y se refugió en las calles, donde nació su hija, que en tiempos de escasez descansaba en los brazos de su envejecida e impedida abuela.
Hoy deambula por las repetidas rutas de la ciudad luciendo un enrarecido atuendo que completa con gafas para esconder sus marchitados ojos y una gorra que cubre lo que queda de su rostro. Sus torpes movimientos y la mirada ausente dan fe de su avanzada somnolencia. Mendiga un pedazo de pan para saciar el hambre y una moneda para calmar su abstinencia, y cuando su petición no tiene respuesta, suele reaccionar con agresividad.
En pocas ocasiones está lúcido, limpio y arrepentido de su pasado. Entonces conversa con claridad y propiedad, valora al otro y pide excusas.
Cuando terminé mi relato, el pequeño que me escuchaba con la cabeza inclinada, antes de retirarse, me miró fijamente mientras dos grandes lágrimas rodaban por sus mejillas. Él, como tantos niños, forma parte de la creciente demanda de miles de consumidores que alimenta el apetito voraz de las retorcidas mentes narcotraficantes.
La curiosidad y los problemas personales, nacidos muchas veces en el seno del hogar, suelen ser los detonantes del consumo. Si no se detecta a tiempo, se vuelve incontrolable.
Las personas, sin analizar las consecuencias, introducen químicos en su organismo que alteran la fisiología del cerebro, distorsionan la realidad y debilitan el sistema inmunológico. El adicto se consume lentamente, y en su camino de autodestrucción deja heridas y cicatrices incurables en la familia y en la comunidad, deteriorando el tejido social. El consumo lo convierte en una persona inútil, lo lleva a habitar las calles y a incurrir en la delincuencia.
El flagelo de las drogas se ha instalado en la posmodernidad, y sus daños son evidentes. El dinero que produce su comercio ha desatado una guerra sin cuartel entre bandas criminales, que no solo tienen en jaque a los países productores y consumidores, sino que arrasan comunidades vulnerables y desprotegidas, involucrando a niños y ancianos ajenos al conflicto.
Orlando Salgado Ramírez
No hay derecho
Señor director:
Es el colmo que el sr. Petro convoque a todos sus seguidores para que salgan a un paro, solo por que el Congreso no le aprueba todas sus locuras. No hay derecho a que los colombianos de bien nos tengamos que aguantar a los vándalos, guerrilleros, etc. destruyendo el país y nadie nos defienda, y él haga lo que quiere con nosotros.
Laura Victoria Franco