La quimera del jardín
Señor director:
Con rostro de mujer, labios gruesos, nariz desviada hacia la izquierda, ojos cerrados, pestañas postizas y cabellos verdes naturales, es la guardiana del jardín. Está pendiente que al enebro no le falte agua, que los cactus tengan suficiente luz y que el fríjol mongo que germinó en estos días desafíe airoso la gravedad que ata. Ella sabe de las propiedades curativas de la sábila, del cidrón y de la yerbabuena, y vigila con esmero el balance crítico de los elementos.
Cuando la vida empezaba a alborear y los dinosaurios llenaban de candela con sus eructos siniestros la atmósfera primitiva de la tierra en formación, hizo una pausa en sus encarnaciones y se quedó en una de ellas con los nativos de Zambia. Allí aprendió con ellos a cultivar la artemisa que utilizó con esmero entre los niños afectados de malaria.
Ahora está aquí con nosotros, anclada en el silencio y en el tiempo que transcurre sin tregua. Con mucha sutileza capta con cada uno de sus cabellos, que son antenas cósmicas, la longitud de onda del verde espectral y se regodea en la fotosíntesis diaria para permanecer viva. Sabe del intercambio de gases (oxígeno y gas carbónico) a través de sus estomas, y se deja guiar por los ritmos circadianos que regulan con precisión los días y las noches estelares. Con pandemia y sin pandemia la guardiana del jardín es y está presente sin revelarse contra el designio de permanecer para siempre siendo una quimera sin igual.
Rafael Guerra
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