De la Ciudad de las Brumas
Escribió Beatriz Chaves Echeverri en La Patria del 24 de agosto de 2025 una columna tan bonita e interesante sobre Aguadas, que me animó a pergeñar unas cuantas cosas acerca de esa población del norte caldense.
Las enciclopedias, que saben tanto, informan que las aguadas son sitios en que hay agua potable, y a propósito para surtirse de ella. Precisamente en Aguadas había un nacimiento de agua en cierta parte del casco urbano conocida hace tiempo como La Vana (no La Habana). El padre Cosme Cañas, constructor de la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá en esa ciudad, me explicó que en el lugar donde se levantó la iglesia había una “mana”, un manantial. Por eso, además del apelativo La Chinca, a esa parroquia le daban el nombre de La Vana. Adviértase que la iglesia principal de Aguadas es la de la Inmaculada. Dos parroquias, pues, atienden a la comunidad aguadeña en el ámbito espiritual y pastoral.
Anota Beatriz que fue “el capitán español Jorge Robledo quien se dio a la tarea de conquistar esas tierras”. Capitán lo fue por cuanto capitaneaba a sus huestes, pero don Jorge ostentaba el título de Mariscal. Fundó a Cartago, a Santa Ana de los Caballeros (Anserma) y a Santa Fe de Antioquia. Fue ajusticiado por el Adelantado Sebastián de Belalcázar, fundador a su vez de la ilustre Popayán y de Santiago de Cali. Belalcázar había nacido en Belalcázar (España) y su nombre verdadero era Sebastián Moyano. El Adelantado se le adelantó al Mariscal y le aplicó la pena de “garrote”, que no consistía en matar a los garrotazos sino en apretarle a uno el pescuezo con una cadena o soga hasta hacerle sacar la lengua... y el último suspiro.
Ese crimen se cometió en la Loma o Alto de Pozo, jurisdicción actual de Pácora. Robledo, inmediatamente antes de ser amarrado al poste del garrote, escribió a doña María de Carvajal, su esposa, pidiéndole perdón por haberla traído de España a sufrir en estas tierras del Nuevo Mundo.
El insigne conquistador se confesó y entregó su alma al Creador. No dejó hijos, así que los que se honran con el apellido Robledo no descienden de don Jorge. Tampoco -así lo creo- del capellán de los soldados del mariscal, fray Nosequé Robledo. Los indios desenterraron el cadáver del ajusticiado y se lo merendaron porque creían que de esta manera las virtudes del Mariscal pasarían a ellos.
Retomemos el hilo después de tan larga digresión, la cual no está tan descaminada, como se verá más adelante. Habla Beatriz del sombrero aguadeño, “elemento” importante para la cultura cafetera y campesina. Más que “elemento”, algo bastante genérico, viene a ser un “adminículo”, una prenda de vestir que protege la cabeza de los rayos del “rubicundo Apolo”, como dijo Cervantes para variar y no escribir “el sol”.
También menciona la columnista el famosísimo y delicioso “pionono”, que en otras latitudes recibe los nombres de “brazo de reina” y “rollo”, pero que es incapaz de competir con la golosina aguadeña. ¿Por qué “pionono”? Ese augusto pontífice ¿se engordó a punta de harina de trigo, ariquipe, dulce de guayaba y brevas caladas?
Y no olvida la escritora el Festival Nacional del Pasillo, que se celebra anualmente en el coliseo Cambumbia. Al que sí “negrió” fue al Patas de Aguadas, Patas pero con la primera a reemplazada por la u. Y con este apunte terminemos de glosar la columna aguadeña, no sin antes preguntar a los lectores qué es lo mejor de Aguadas, sabiendo que allá tienen el sombrero de iraca, el pionono, el Festival del Pasillo y el Patas. Lo mejor de Aguadas (y volvamos mentalmente al Mariscal Robledo y al Alto o Loma de Pozo) es… ¡un domingo en Pácora!
Don Cecilio Rojas