Ocurrió en 1997, durante la alcaldía de Mauricio Arias Arango, y se proyectó como la primera de una serie de estructuras que atravesarían la ciudad como faros del conocimiento. Las Torres del Saber serían núcleos de información y conectividad. Lugares donde los ciudadanos podrían conectarse a la internet usando unos computadores que se instalarían en su base, que tendrían un café con mirador y, en su parte superior, una gran llama que brillaría in sæcula sæculorum como el fuego que Prometeo le robó a los dioses del Olimpo.
Eran otros tiempos. La internet era un lujo y se requería de computadores con monitores de pantallas gordas. También una línea telefónica que anunciaba su conexión - a través de un modem - con pitos, chirridos y estática (millenials, escuchen esto: https://bit.ly/21Ak1Mi). Todo era costoso. Lo único barato en ese momento era el gas natural con el que se alimentaría la llama; un combustible que se promovía como un recurso inagotable pero que hoy, 22 años después, multiplicó su precio porque los yacimientos se están acabando.
La única Torre del Saber que se erigió está al lado de la Universidad Autónoma. Es un elefante blanco que pertenece al municipio y que nunca funcionó para lo que era; sí sirvió como botadero de basuras, alojamiento de habitantes de la calle, olla de vicio y escondite de atracadores. Cada tanto van y desyerban, arreglan la cerca y la pintan con colores parecidos a los de la antigua estación del ferrocarril, como para que no desentone.
La estructura, de unos cuatro pisos de altura, refleja lo que es ejecutar obras sin contar con la asesoría de expertos y la visión inmediatista que tienen nuestros dirigentes. No había pasado un lustro de su construcción cuando ya era común tener internet en los hogares y sin necesidad de usar la línea telefónica. Y una década después, en 2007, Steve Jobs nos mostraba el primer iPhone, aparato que nos conectaba a la internet sin necesidad de cables o computadores. Era llevar el mundo en el bolsillo.
Cada vez que anuncian un nuevo desarrollo tecnológico pienso en esa Torre del Saber y en cómo nació muerta. En más de una ocasión he dicho que esa cosa deberían derribarla, pero hoy pienso diferente. Esa estructura es un símbolo del derroche, de la falta de planeación, del no saber qué hacer.
Fíjense dónde está ubicada. A un lado está la antigua estación del tren; construcción de estilo republicano que sirvió de escenario para el rodaje de unas escenas de la película Los Aventureros (1968) y que es símbolo de lo que una vez fue el progreso en Colombia - como los ferrocarriles - y la desidia del gobierno nacional. Cabe recordar que antes del rodaje los rieles estuvieron dañados y levantados durante diez años, pero a la productora Paramount Pictures le bastó un par de semanas para organizarlos y poner a rodar una locomotora de Chinchiná a Manizales (LA PATRIA registró esto en el siguiente texto: https://bit.ly/2yx9fzl).
A un costado de la Torre del Saber está ese viaducto con unas terrazas a las que no han sabido dar uso. Cada alcalde tiene una idea para ellas - gimnasio o centro deportivo, biblioteca municipal, mirador con cafeterías - pero eso sigue siendo un hediondo baño de indigentes, un sopladero para viciosos, un foco de humedad y un nido de ratas… de dos y de cuatro patas.
Y al frente construyeron ese puente elevado sobre la glorieta de la Autónoma, obra vial recién inaugurada y que, como la Torre del Saber, careció de proyección. Una estructura construida con estudios de movilidad del 2010, con simulaciones del tránsito la ciudad del 2013 e inaugurada en 2019, tras dos retrasos y sobrecostos por $1.400 millones. Para colmo de males, se recomienda que sea de tres carriles pero - como se ha vuelto costumbre en nuestras calles - hicimos el embudo al recortarlas a uno solo.
Dejemos entonces la Torre del Saber como está: sin llama, vacía e inútil. Como símbolo de la ceguera e ineptitud de nuestros dirigentes. En uno de sus costados pongamos los nombres de esos dirigentes que no supieron qué hacer con ella o con otros proyectos de la ciudad (caso cable a Los Yarumos o Macroproyecto San José), en otro el de los contratistas que se lucraron con esas obras y en otro las cifras de lo que nos costaron esos proyectos. Eso sí, llamémosla Torre del no saber.
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