A dos días de la esperada y temida primera vuelta de las elecciones para Presidente de la República, es cada vez más claro que los pretendientes a tan alto cargo son novios de medio pelo, si no completamente pelados. Carecen de antecedentes confiables, tienen escasas o nulas capacidades; no sabrían que hacer, excepto chambonadas, pagar favores con dinero de todos y peculados. Los ‘programas’ de gobierno son ilusos, incoherentes y vacuos. Simples frasecitas para halagar o para asustar. Sus discursos son dechados de invectivas a los rivales y acusaciones, casi siempre ciertas. Son las únicas verdades que han dicho y dirán. Se inflan tanto a sí mismos, que parecen globos de macabras formas.
De los seis en liza, John Milton Rodríguez y Enrique Gómez tendrán en el tarjetón su única figuración y desaparecerán para siempre. Hubo un séptimo, Alejandro Gaviria, proclamado como el Mandela antioqueño, que se desvaneció, incapaz de poder conservar las simpatías que despertó al comienzo.
Los otros cuatro siguen haciendo ruido y bochinche: Gustavo Petro, fiel a su pasado, amenaza, chantajea y extorsiona, en lugar de prometer, pedir y convocar. Incapaz de concitar a la unión, se ha empeñado en ahondar las terribles fisuras sociales que expandieron los tres recientes presidentes. Se insinúa como ganador el próximo domingo, a pesar de no contar con más de 45% de intención de voto en las encuestas y llevar sobre sí el rechazo del 73% de los colombianos. Cuenta con los votos de un electorado poco pensante y resentido, y con el abstencionismo de quienes conocen su verdadera condición.
Su gran opositor es Federico Gutiérrez, el menos capacitado entre los ineptos que se ofrecen como salvadores. En su populismo fingido, que no pasa de ser ordinariez pura, se muestra como un culebrero desparpajado, de ignorancia equiparable a la de Duque. Tal y como gustan al caudillo. Su parecido (únicamente) físico con Carlos Mario Aguirre, el inteligente, preparado y decente actor de El Águila Descalza, le quita la poca seriedad que pudiera inspirar. Con un agravante: hace campaña con el alias de Fico, pero en el tarjetón aparecerá con su nombre, lo cual despistará a muchos electores, cuya mayoría no votará por él, sino contra Petro. Por eso está ahí.
Aunque menos opcionados, aun suenan Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo. El pintoresco santandereano, francote y lengüilargo, dice cosas interesantes y tiene ideas audaces, pero lo traicionan su edad y garrulería. Misma que lo llevó al tercer lugar, causando el desplome del despalomado Fajardo, de desesperante superficialidad y medias tintas.
Ante tan desesperanzador panorama, hubiera sido el momento para promover el voto en blanco. El también conocido como voto castigo, ha sido desvirtuado por políticos temerosos de ser derrotados por una ciudadanía pensante, harta de sus trapacerías y delitos. Para neutralizarlo, han propalado que esos sufragios se suman al candidato con más alta votación. Es un mentiroso quien lo diga y mentir debería ser causal de indignidad para presentarse a elecciones.
El movimiento por el voto en blanco hubiera surgido de un electorado universitario, similar al que promovió la séptima papeleta en 1990. Pero mucho va de aquellos estudiantes con mentalidad ciudadana, a los ‘millennials’ de hoy, tan insulsos y perdidos de la realidad, esclavos de sus celulares y afanados por obtener títulos sin adquirir los conocimientos necesarios.
Queda esa opción ciudadana en la conciencia de cada elector. Es hora de comenzar a protestar y apartar a cuanto logrero pretenda convertir los erarios públicos en su caja menor. Hay que devolver la dignidad a la Presidencia de la República. Al fin y al cabo, es la imagen del país.
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