Los manizaleños tenemos un espacio privilegiado para disfrutar de la música; es el Festival de la Música y la Naturaleza, que realiza la Orquesta Sinfónica del Caldas desde hace siete años en el Recinto del Pensamiento, el primer domingo de agosto.
Escuchar a la Orquesta Sinfónica siempre es agradable, pero cuando la música se sitúa en un espacio tan hermoso como el del Recinto, la experiencia se convierte en algo mágico. Este año se hizo un homenaje a la música colombiana, en consonancia con la celebración de los 200 años de nuestra independencia, esto hizo que el festival fuera aún más alegre, ya que los instrumentos de la orquesta, repartidos en los diferentes ensambles, nos hicieron un recorrido por los pasillos, bambucos, guabinas y hasta la música tropical estuvo presente; me encantó escuchar la entrañable canción de Lucho Bermúdez “Colombia tierra querida” en diferentes versiones, según los instrumentos que la interpretaban; no fue lo mismo presenciar la versión del ensamble de metales, con toda su alegría y sonoridad, en un espacio abierto, el de la plazoleta que queda al lado de la iglesia, que escucharla en un espacio más solemne, como es el Pabellón del Café, con la dulzura y armonía de los instrumentos que conforman el ensamble de maderas.
Otra de las cosas que más me gusta de este festival es el carácter didáctico que tiene, pues los encargados de cada ensamble se interesan por informar al público asistente sobre los diferentes instrumentos que lo conforman, familiarizarlos con el sonido que tiene cada uno y explicarles cómo es su variación de agudo a grave, con un lenguaje muy sencillo, apto para niños y personas que no están habituadas a este tipo de música. Por ejemplo, recuerdo mucho la explicación que dio uno de los músicos sobre el grupo de los instrumentos de cuerda, equiparando sus tonalidades a los miembros de una familia; el violín más agudo con la voz de la hija pequeña, el que le sigue con la voz de la hermana adolescente, la viola correspondería al tono de la madre y el violonchelo al de la abuela. Por supuesto el contrabajo sería la voz masculina, con su tono grave.
Este año no me alcanzó el tiempo para recorrer los diferentes espacios donde se presentan los solistas o los dúos, porque me dediqué a disfrutar las presentaciones de los ensambles, pues los quería escuchar a todos, pero el año pasado sí lo hice y fue muy hermoso, ya que la música cambia de contexto cuando se escucha en el Mariposario o en el Jardín japonés.
El concierto de cierre del festival es, sin duda, el clímax de un día maravilloso. El invitado para este momento fue el grupo Ensamble Cruzao, que está conformado por cinco músicos muy talentosos, que interpretan la flauta, la bandola, el tiple, la guitarra y distintos instrumentos de percusión. Ellos acoplaron su música con la de la orquesta, para interpretar diferentes ritmos latinoamericanos, pero la pieza que a mí más me gustó se llama Tango para Claude, que en la versión sinfónica fue algo sublime.
Manizales está llena de talento y de riqueza cultural y la Orquesta Sinfónica de Caldas es uno de estos tesoros, para los que amamos la música, quizás sea el más grande, pero sin duda es algo para enorgullecernos, apoyar y preservar. Felicitaciones a su director, el maestro Leonardo Marulanda Rivera y a todos los músicos que participaron en este día de fiesta para la música ¡Que sean muchos festivales más!
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