Hace un mes, en la columna que escribe para este diario, Martín Franco tuvo el buen tino de reseñar el libro ‘1989’, de la periodista María Elvira Samper. Quien quiera tener una primera impresión sobre los detalles de esa narración, le recomiendo volver a esa columna de Franco. El libro es un recuento en el que los hechos fatídicos de ese año se van arrumando, uno a uno, hasta mostrarnos cómo el país le conoció una nueva cara a la violencia de siempre.
Por mi parte, después de leer '1989', me pareció indispensable llamar la atención sobre el prólogo que le ofreció a ese libro el profesor Francisco Gutiérrez Sanín, uno de los investigadores de la violencia más reconocidos en Colombia. Me pareció una carta de navegación para entender no solo esa época -y la narración de Samper- sino también para no perdernos 30 años después, cuando la corrupción, el narcotráfico y la violencia siguen avanzando de la mano. En otras palabras, se trata de una serie de pistas para entender también este 2019, en el que, con carrera electoral en las regiones, el narcotráfico y la corrupción siguen siendo protagonistas.
Con su prólogo Gutiérrez Sanín nos lanza preguntas sobre el presente: ¿Hemos cambiado tanto? ¿El 89 es parte del pasado o qué tan cerca sigue? ¿Cuáles son las condiciones que todavía no superamos? El profesor propone 5 factores que determinaron el 89, los cuales merecen ser revisados bajo las realidades del 19.
El primero de los factores que propone Gutiérrez Sanín para explicar la violencia, el narcotráfico y la corrupción del año 1989, fue la existencia de un discurso público restringido o censurado por realidades concretas, el cual fue aceptado para no reconocer los horrores. En últimas, es el miedo y la autocensura para no llamar las cosas por su nombre, y en su lugar, naturalizar la tragedia. Actualmente, igual que en ese entonces, conocemos los caminos de la corrupción y del narcotráfico, especialmente en nuestros entornos más cercanos, pero no lo decimos para sacarle provecho o sobrevivir. Tanto narcotráfico como corrupción suelen no ocupar un lugar completo en los discursos públicos. Se habla de ellos, pero siempre en términos abstractos, tecnificados, en declaraciones de voluntad, sin nombres propios, sin llevarlo a los estrados judiciales, en secreto, en voz baja. Es más, los políticos y los funcionarios hablan más de los conceptos de la corrupción y no de los hechos.
El segundo factor es el conteo por partida doble. Se trata de un discurso de los corruptos y los violentos con el cual intentan justificar que son mejores o menos malos que el bando contrario. Así fue como en el 89 el paramilitarismo se hizo atractivo, llevando su conteo por partida doble frente a las guerrillas. Así fue como los partidos tradicionales en el 89, aún estando vinculados al narcotráfico y a la corrupción, mantuvieron su imagen ante proyectos políticos alternativos que surgían y amenazaban su hegemonía. Es el factor con el que corruptos y violentos construyen mensajes en los que se muestran como el mal menor, el mal necesario, lo preferible, porque llevan menos muertos y menos corrupción que el otro. Hasta que la ciudadanía, los medios, los gremios y las organizaciones sociales terminan cediendo.
El tercer factor fue el desconocimiento de la magnitud del problema. Como es difícil hablar sin restricciones, como operan los discursos justificantes de los corruptos y violentos, se termina sin dimensionar la profundidad de la realidad corrupta. Entonces se cae en la subestimación y en la mala interpretación, lo cual termina llevando a remedios equivocados o insuficientes. Por ejemplo, en el 89 no se sabía del todo hasta qué punto estaba enquistado el narcotráfico en la política, o hasta qué punto ciertos sectores económicos dependían de la corrupción. Quizás en el 19 sigamos igual.
De allí se desprende el cuarto factor: que siempre que surge una solución parece muy débil y muy tardía.
Finalmente, el quinto factor se refiere a las limitaciones de agencia que tenían los actores llamados a construir soluciones. Los partidos políticos aparecen con complicidades complejas, los funcionarios son amenazados o comprados, los periodistas sufren el silenciamiento, las entidades de control son cooptadas, los gremios van perdiendo voz, las organizaciones sociales se desintegran o desaparecen, las academias se quedan sin los interlocutores necesarios. Todos perplejos, todos paralizados.
Todo parece un viaje muy corto entre el 89 y el 19. Que no vayamos a repetir nuestros peores años.
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