“Esta impunidad tan cabrona de los atracadores, los secuestradores, los congresistas, los concejales, los paracos, los faracos, los sicarios, hasta de misiá hijueputa”, le cantaletió Fernando Vallejo a un expresidente. “Seguile diciendo en adelante ‘Majestad’ a la impunidad porque ella es la reina de Colombia”, le recomendó.
Ante la impunidad a veces no queda más que eso, empujar a punta de cantaleta. Con la Procuraduría en silencio, la Fiscalía en silencio, la Personería en silencio, las contralorías en silencio. Maldecirla es solo una fórmula para ver si curamos su desidia a punta de rabietas ante sus despachos cerrados.
Insultar, exagerar, hacer show, para empujar. Si la impunidad ya agota todo argumento, si ha desoído toda prueba, si sus fallos son solo silencios en los archivos, la cantaleta es la última resistencia, desarmada y en democracia.
Cuando se trata de la impunidad de los casos de corrupción, creemos que el daño no tiene dueño, que no hay víctimas que lloren. Que se debe avanzar porque siempre quedan otras prioridades.
La mejor astucia del diablo es persuadir de que no existe, dijo Baudelaire en ‘El esplín de París’. Pues la astucia de la corrupción es hacernos creer que combatirla nunca es prioridad, que siempre quedan cosas más urgentes, que puede esperar.
Pero esta impunidad es igual de traumática. Lo más grave es que nos deja la falta de certeza sobre lo que se puede hacer o lo que no debe seguirse repitiendo. El silencio de las entidades de control es el permiso para que cualquier cosa pueda ser válida en lo público. Para que cualquier funcionario sea llamado corrupto o cualquiera sea visto como un honesto con mala prensa. Para que cualquier cosa esté bien o cualquier decisión sea sospecha. ¿Cómo se puede gobernar así? ¿Qué instituciones se construyen así? Sin certeza de lo posible o lo prohibido no hay sociedad posible.
Este año tuvimos licitaciones de un solo proponente en Manizales, con el alumbrado navideño en Invama. También en la Gobernación, con el servicio de vigilancia.
Tuvimos una intermediación en un contrato de publicidad oficial entre la Alcaldía y Telecafé. Tuvimos el caso de la Dirección Territorial de Salud, que le compró ventiladores, al parecer sin las condiciones, a una empresa de insumos agrícolas.
Hemos tenido además los nombramientos de personas con relaciones familiares en varios despachos del municipio. También el nombramiento en Promueve Más de un gerente que era a la vez un contratista.
Si nos fuéramos a los gobiernos pasados, basta ver la feria del contrato directo en la Territorial de Salud anterior. Basta ver ese Instituto de Cultura y Turismo que el gobierno municipal pasado nos entregó a modo de elefante blanco.
Basta revisar casos como el del Cable Aéreo, los contratos interadministrativos con Aguas de Manizales para saltarse la obligación de licitar, o el Hospital Público Veterinario
Más atrás, terminaríamos en Aerocafé, en People Contact, en el TIM, en el Fondo Mixto. Por decir unos.
Todos casos denunciados y cantalateados. Con la convicción de que existieron cosas mal hechas o al menos cosas por mejorar. Pero solo impunidad, silencio, plata perdida sin recuperar, auditorías con alcances disciplinarios o penales que nadie responde, si definición entre lo legal y lo ilegal.
Y mientras las entidades de control pasan de agache, la impunidad abre dos puertas. Primero, la de las conjeturas, especulaciones y pareceres. Con lo que nos entretenemos y nos desafiamos en la opinión pública.
La segunda, la del proselitismo a costa de la corrupción. Sobre todo el de los políticos y partidos que llenan con verdades a medias los discursos en los que deberíamos ver verdades oficiales. Sin decisiones de fondo, los partidos usan a su arbitrio el espejo retrovisor: el nostálgico, porque el gobierno pasado no era tan corrupto como el presente; o el que excusa, que el gobierno actual no es tan corrupto como el pasado. A veces parecen invocar la corrupción del otro no para curarla sino para sacarle jugo.
Procuradores, contralores, personeros y fiscales no nos definen qué es y qué no es. Nadie ayuda a pedirles cuentas. Y a los partidos poco les importa, desde que esa falta de certezas deje la opción de buscar votos de lado y lado.
La impunidad es el último despojo. Es lo que nos faltaba. Ese llover lo mojado. Más poder al poder. Al caído caerle. Nos queda la cantaleta.
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