En estos días leí acerca de la intervención que había tenido la alcaldesa de Hervás, población española ubicada en la provincia de Extremadura, frente a la comunidad musulmana residente en esa localidad, refiriéndose a la solicitud que estos habían hecho para que se suprimiesen los muy típicos productos de la tierra, jamón y embutidos ibéricos, de la dieta de los escolares en los comedores de los colegios de la zona. Argumentaba la comunidad seguidora del Islam, sin el menor empacho, que dichos alimentos producirían adicción en sus hijos, vale decir que los equiparaban con alguna de las drogas heroicas con las cuales hoy en día acostumbran intoxicarse los jóvenes.
Antes de iniciar su argumentación la lúcida alcaldesa puso de presente que los Hervadenses no eran una comunidad xenófoba, ni racista, puesto que habían aceptado una numerosa colonia de emigrantes musulmanes y que a diferencia de ellos, que en sus países limitaban el ingreso de no musulmanes y “los ponían a comer cuscús”, en su pueblo se les permitía alimentarse libremente e incluir en su dieta los insumos cuya producción generaba empleo y riqueza a la comunidad, amén de constituirse en parte de su cultura gastronómica, de sus tradiciones y por ende de su identidad española.
Dice finalmente la alcaldesa que a los musulmanes que no les gusten los embutidos ibéricos y que no se encuentran a gusto en Extremadura, que no olviden que existen cincuenta y siete “magníficos” países musulmanes en el mundo, la mayoría de ellos medio poblados, dispuestos a darles trabajo “ordeñando camellas” en el desierto. Que tengan en cuenta que no son los extremeños quienes deben adaptarse a las costumbres musulmanas, sino ellos los que deben acomodarse a las condiciones de vida existentes en las comarcas que los han recibido generosamente, y remata manifestando que los temas religiosos deben permanecer en la estricta órbita de lo privado.
Me imagino que no “captas”, como dicen los jóvenes mi querido Juan José, la razón por la cual resolví empezar la misiva con esta historia que se me antoja no solo válida sino también bastante divertida. Resulta que decidí usarla simplemente para hacer un símil entre el tema de los embutidos ibéricos de Hervás y las corridas de toros, acogiendo la cierta y sencilla teoría de la alcaldesa de dicha localidad.
Al que no le guste o no pueda comer jamón que no lo consuma; al que no le gusten los toros o estos afecten su sensibilidad que no vaya a las corridas, pero que no pretendan los enemigos de la Fiesta, todos influenciados por culturas extranjeras, que en Colombia, país taurino, nos adaptemos a las costumbres de los anglosajones, de los suecos, de los daneses o de los holandeses.
La Fiesta Taurina hace parte de nuestra identidad de colombianos y atacarla o pretender arrancarla de nuestra realidad cotidiana no es nada distinto a querer imponer costumbres foráneas, totalmente ajenas a las nuestras, para terminar convertidos, más temprano que tarde, en un país sin identidad. Como sucedería si la alcaldesa del cuento hubiese cedido a las pretensiones de los mahometanos fundamentalistas. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: Y al señor Fiscal de la Nación ¿Quién lo ronda?
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