Stephane Hessel, redactor de la Declaración de los Derechos Humanos, escribió en 2010 un manifiesto llamado ¡Indígnate! (Indignez-vous!), el cual sirvió de inspiración para los movimientos sociales surgidos en el mundo a partir de 2011. En el ensayo, el político francés, le hizo un llamado urgente a la juventud para defender conquistas como la educación pública, el trabajo digno y la seguridad social, las cuales, ante la avaricia desmedida de políticos, banqueros y trasnacionales, han dejado de ser derechos para convertirse en privilegios.
Estar indignado implica un compromiso que va más allá de la insatisfacción, ya que como lo señala Hessel “cuando algo te indigna, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido”. Esa conciencia de la dignidad propia y ese compromiso con la construcción de otra realidad, se han fortalecido en Colombia en los últimos años. La indignación ha surgido del hastío con la situación del país y gracias a los deseos crecientes de transformarlo en uno mucho más justo y equitativo.
El 21 de noviembre muchos saldremos a las calles a reivindicar el derecho legítimo a indignarnos. El Paro Nacional es una expresión necesaria contra las medidas que está tomando y piensa implementar el gobierno de Iván Duque y en oposición a la profundización de las políticas que generan que en Colombia unos pocos vivan muy bien, mientras la mayoría la pasa muy mal.
A pesar de la mentirosa propaganda oficial del gobierno y del uribismo en contra del paro, hay muchas razones para indignarnos y para protestar.
¿Cómo no indignarnos al ver que nos quieren quitar la posibilidad de lograr una pensión digna? Ahí están las iniciativas gubernamentales y las exigencias de la OCDE para que se incremente la edad para pensionarse, se desmonte el régimen de prima media y se fortalezcan los fondos privados, como sucedió en Chile hace 30 años.
¿Cómo no indignarnos al ver que quieren igualar por lo bajo los salarios? Ahí están las voces oficiales y trasnacionales que promueven establecer un salario mínimo para jóvenes correspondiente al 75% del regular, que quieren disminuirlo en algunas regiones del país y que quieren fijar pagos por horas.
¿Cómo no indignarnos con la destrucción del ahorro y la riqueza pública? Ahí están los nuevos planes para privatizar empresas públicas como ISA, Ecopetrol y Cenit, preparándoles el mismo camino que recorrieron Telecom, Isagén, Carbocol y tantas otras.
¿Cómo no indignarnos con el deseo de mantener un conflicto que no resolvió nada y que todo lo empeoró? Ahí está la operación en la que el Ejército mató a 18 niños en el Caquetá, las obstaculizaciones al acuerdo de paz y un discurso incendiario que le echa gasolina a las contradicciones sociales, en lugar de confrontarlas a través del diálogo.
¿Cómo no indignarnos con las medidas autoritarias que pretenden limitar la protesta? Ahí están los proyectos de ley, que, en nombre de las buenas maneras, buscan generar un ambiente de intimidación y silenciamiento en el que se restrinja el derecho a disentir.
Ante este estado de cosas, que generan que Colombia sea uno de los países más desiguales, corruptos y violentos del mundo, siendo al mismo tiempo, uno de los más biodiversos y con mejores condiciones para generar riqueza y bienestar, se vale y se necesita estar indignado.
Coincido con Hessel en la recomendación final que le hacía a la juventud mundial: la mejor forma de canalizar la indignación es mediante la lucha pacífica y la no-violencia.
Este 21 de noviembre tenemos la oportunidad de convertir la indignación en esperanza y fuerza colectiva, para empezar a construir un país en el que todos podamos vivir bien.
¡Todos a las calles!
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