Hace ya mucho tiempo América Latina pasó de moda como un continente de esperanza para el mundo, tierra que genera sueños de cambio y bienestar. Se ha transformado por desgracia en un amasijo de bananas repúblicas informes y arbitrarias gobernadas por los peores, los más pícaros de cada país, aquellos que solo piensan en su beneficio, en el enriquecimiento rápido y discriminan abiertamente a los otros y dejan morir de hambre e ignorancia a la mayoría de la población ante la indiferencia general. Había cierta altura en muchos de los políticos de las anteriores generaciones del siglo XX, que eran personas no solo educadas en la materia técnica sino que tenían intereses en las humanidades, las ciencias sociales y el arte y se nutrían de libros de historia y literatura universal. Llegaban a la presidencia o a los altos cargos después de largas carreras políticas y tras haber experimentado muchos reveses y exilios por su lucha por la democracia o conocer en el terreno el sufrimiento de sus pueblos.
Basados en idearios, muchos líderes latinoamericanos de aquella época pertenecían a partidos políticos que tenían programas y criterios de gobierno, de acuerdo a sus ideologías liberales o conservadoras. La población acudía a votar por ideas o para adherir a personalidades que tenían sin duda defectos, pero eran individuos elocuentes que, como los viejos héroes de la independencia, soñaban en la gloria de servir al país y pasar a la historia.
Los viejos humanistas de todo el continente que lucharon contra los caudillos ignaros o los dictadores militares que imponía el imperio al servicio de los más turbios intereses, sabían el arte de la diplomacia y podían ser flexibles para llegar a acuerdos con los adversarios por el bien de sus naciones. También por su larga experiencia sabían tener paciencia y generaban treguas en la lucha ideológica para lograr consensos en torno a los asuntos fundamentales, lejos de la emoción primaria de los egoísmos y las vanidades heridas.
Era otra época, es cierto, y aun las humanidades tenían algún sentido para muchos, y aquellos que no podían acceder a los altos estudios trataban como autodidactas de formarse leyendo, rindiendo un permanente culto a los libros, las bibliotecas y a los grandes autores de la humanidad, los clásicos greco-latinos, los renacentistas y figuras como Maquiavelo, Dante, Erasmo, Cervantes, Goethe, Hugo, Tolstoi y otros muchos.
En las casas de esos humanistas de todos los orígenes y clases los libros tenían un espacio especial y el sueño de ellos era tratar que sus hijos estudiaran y fueran elocuentes. Muchos de esos países agrarios pasaron entre las turbulencias del siglo XX, con sus guerras y conflictos, de ser países donde reinaba el analfabetismo generalizado a lugares donde la mayoría de la población fue a la escuela. Surgieron amplias clases medias, hubo movilidad social, se crearon sólidas instituciones administrativas.
En esos gobiernos de mediados del XX que ahora se miran como males menores no todo fue guerra y cada período presidencial dejaba huellas, avances, se creaban escuelas públicas, escuelas normales, universidades nacionales, bibliotecas, imprentas y editoriales que trataban de publicar a los autores nacionales del pasado y del presente. La brecha siguió y faltaba mucho por hacer, pero aquellos viejos presidentes humanistas, juristas, economistas, pensadores, hicieron algo, dejaron una huella, trataron de pasar a la historia.
Después de la irrupción arrasadora de las mafias violentas de todo pelambre y la cooptación paulatina y definitiva por ellas de todas las esferas de poder en las últimas tres décadas, los congresos latinoamericanos se volvieron antros vergonzosos de sanguijuelas donde se pavonen los más ignorantes bandidos o los testaferros más infames de los clanes mafiosos de las regiones. Y para nadie es un secreto que la democracia latinoamericana es una mascarada donde el voto se compra o se obtiene con intimidación allí donde reina la delincuencia. Los partidos políticos desaparecieron y son franquicias venales al servicio del mejor postor.
A través de las redes y los poderosos medios, la propaganda y la desinformación, la calumnia rápida y las falsas noticias, los intereses creados llevan las de ganar y la sociedad involuciona hacia un mundo de analfabetas convertidos en zombies manejados por las emociones, seres descerebrados, anancefálicos listos a la violencia, la injuria, el grito, en vez de la discusión y el debate que reinaba en las ágoras de los filósofos y los retóricos.
Varias grandes potencias del mundo y países emergentes están gobernadas ahora por crueles payasos de película de terror. Y América Latina imita y sigue feliz el espectáculo del circo mundial en pleno siglo XXI, hundiéndose en el laberinto de su propia infamia. Es la hora de que el humanismo y los humanistas vuelvan a saltar a la palestra para conjurar esta pesadilla interminable.
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