Esteban Jaramillo
@estejaramillo
Dayro Moreno vive de los goles. Con ellos le da sentido a su fútbol y genera ambiente ganador. Salta de las sombras críticas, al delirio de los hinchas.
Siempre dejó huella, entre fiestas noctámbulas y goles de ensueño. Un parrandero indultado por su pericia con la pelota, frente a la red. No es un goleador por rachas. Es frecuente, con instinto, amenazante. Con remates imposibles, dirigidos desde cualquier postura, con naturalidad. Es un ídolo.
Su regreso, al Once Caldas, no es por presión del hincha. Parece un capricho, con impacto emocional. Con él llega Jown Cardona y la nómina existente ya trabajada, se puede reforzar, el propósito de regresar a copas y, por qué no, de pelear un título.
La gestión, toda, de Tulio Mario Castrillón, el presidente en tiempos de cambio. Justo es decirlo: Dayro para él se convirtió en una obsesión.
Para ello contó con la voluntad del goleador, que redujo drásticamente su ingreso, por la comodidad de estar en Manizales, con su familia y con su gente.
A los 35 años, parece ser su última parada, la que el hincha desea, a largo plazo. Tendrá que elegir entre la noche y el estadio, lo que en el pasado fue imposible. No tiene alternativa, para quedar definitivamente en el recuerdo. De lo contrario, no habrá tiempo de llorar.
Dayro es competitivo. Terapéutico para los aficionados. Diría, la mejor contratación del mercado futbolero, deprimido por pandemia. De él depende ser un problema o una solución.
Cuánto ansío la vacuna contra el virus para regresar al estadio a vibrar.
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