Estimado Juan José:
Francamente, por más vueltas que le doy al asunto, no he podido entender por qué últimamente en nuestro país las mayorías simpatizan y aceptan el hecho que sean las minorías quienes impongan sus ideas, sus ideologías, sus gustos, sus aficiones, en fin, sus caprichos, sobre el conglomerado social mayoritario.
Y los ejemplos son muchos y variados; para empezar, así a la mayoría de los ciudadanos nos parezca aberrante que a los animales se les de tratamiento de seres humanos mientras muchas personas, niños, adolescentes y adultos mayores, en nuestra sociedad a duras penas tienen recursos para comer, para vestirse, para velar por su propia salud y por la de sus familias, tenemos que tolerar a perros y gatos “vistiendo” costosos atuendos, alimentándose con concentrados cuyo costo supera ampliamente el valor de la leche que nutriría un bebé o el “diario” con que sobreviviría un ser humano, pavoneándose por todos los recintos que tradicionalmente estaban destinados a ser usados por los seres racionales, desafiando, sus amos, la razón.
De la misma manera, las mayorías han resuelto aceptar y callar ante los excesos de aquellos inconformes que, quizá por su ignorancia, despotrican contra todo aquel que de una u otra forma actúa dentro del panorama nacional, bien sea el cura, el político, el mamerto o el santo. Para ellos no hay nada bueno. Todo lo que sucede en el país es malo y ante esas actitudes derrotistas las mayorías callan y como dice el dicho: “El que calla otorga”. Es perfectamente aceptable que las personas de mentalidad crítica den sus opiniones, pero estas, a menos que sean motivadas y tengan un sustento racional poco valen; y sí es un hecho que estos criticones no tienen ningún derecho a crear situaciones que produzcan malestares entre los sectores mayoritarios del colectivo.
¿Y por qué se ha presentado este fenómeno de las minorías hegemónicas en la sociedad? A mi leal saber y entender el asunto no es otra cosa que gracias al nefasto ejemplo de comportamiento social que a través de los últimos años han venido dando nuestros dirigentes, tanto políticos como económicos, sociales y religiosos, lo que ha tenido como consecuencia la pérdida del respeto por todo y por todos. No se respetan las leyes, pero tampoco los semáforos, ni las normas de tránsito y menos las normas de comportamiento en comunidad; no existe respeto por el himno, por la bandera, por la patria y menos aún por los valores del ser humano. Se ha perdido el respeto por los padres, por los mayores, por el maestro y, lo más grave de todo, se ha perdido el respeto por las costumbres y tradiciones del suelo donde se nació.
Y cuando no hay respeto tanto por lo elemental como lo fundamental la sociedad trastoca sus valores y es cuando las minorías aprovechan para imponer sus acciones, puntos de vista, gustos, apetencias y “nuevas costumbres” ante unas mayorías confundidas que no osan “ripostar” por miedo a “estar equivocadas” o a recibir el terrible rechazo de esas minorías dominantes, cuyas opiniones los estigmatizaría para siempre. Los gringos hablan de lo “políticamente incorrecto”, (aun cuando el hecho sea lógico y correcto).
Y de allí viene, pienso yo, el rechazo a la actividad taurina. Como es bien sabido los opositores a la corrida no son la mayoría de los colombianos, ni mucho menos. Se trata de una minoría empoderada por el apoyo que la actitud silenciosa de las mayorías le ha otorgado tácitamente y que ellos, viendo que el faltarle al respeto a su congéneres, atropellando sus gustos e imponiéndoles los de ellos, no solo no les trae consecuencias negativas sino que les rinde frutos para imponer sus infundados caprichos. Una vez comprendido el fenómeno lo aprovechan y se van lanza en ristre contra una actividad que no solo hace parte del ADN de los colombianos, vale decir de ellos mismos, sino que desde el descubrimiento de América se ha consolidado como parte de sus costumbres y tradiciones. De cierto modo, algo así como la guerra fratricida que aqueja a Colombia prácticamente desde su independencia; el hombre del pueblo matando a su hermano, que como él, también proveniente del pueblo raso, o colombiano comiendo colombiano: algo muy típico entre nuestros connacionales, fortalecido por los réditos que produce el no aceptar que de lo que gusta el otro es digno, tradicional y culturalmente respetable y debe ser considerado y tolerado. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: Cuando oigo a los distintos candidatos a la presidencia de la república en sus diversas intervenciones pareciera que están en una competencia para ver cuál de ellos le encuentra más defectos a su patria. ¿Será que va a ganar, no el que mejores propuestas haga para manejar a Colombia, sino el que más fallas le encuentre a este país?
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