“¡Guerra! Oh, Dios mío. ¿para qué sirve? Para nada en absoluto. Dilo, dilo, dilo…” es el fragmento de la canción “War” una de las más exitosas del rockero norteamericano Bruce Springsteen en 1986, aunque su versión original de 1969 es interpretada por The Temptations, como reacción a la guerra de Vietnam, de allí que se le considere una de las más tradicionales canciones de música protesta norteamericana. Por su parte Ian Morris, doctor en Historia de la Universidad de Cambridge, en el libro que lleva precisamente por nombre “Guerra, para qué sirve” (2017) contrario a lo expresado por la icónica canción manifiesta que “la guerra sí ha servido para algo”; según sus palabras, “la guerra ha producido sociedades más grandes, lideradas por gobiernos más fuertes que han sido capaces de imponer la paz y crear los requisitos necesarios para la prosperidad”.
Si aplicáramos la hipótesis de Morris, Colombia debería ser una potencia mundial, comenzando por la famosa “guerra de los Mil Días” que el próximo 17 de octubre cumple 120 años de su penosa iniciación. Cuenta la historia, que tras la muerte del presidente Rafael Núñez, Miguel Antonio José Zolio Cayetano Andrés Avelino de las Mercedes Caro Tobar, mejor conocido como Miguel Antonio Caro, quien gobernó el país por 7 años como vicepresidente (1892-1898), como no podía reelegirse, se le ocurrió, a la manera de Macías, realizar su “jugadita” endosando el poder o en palabras de Antonio Caballero (Historia de Colombia y sus oligarquías) “inventar dos fantoches para los cargos de presidente y vicepresidente, a los que creyó manejar a su antojo”. Los ungidos fueron los conservadores Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín; como Marroquín se le “voltió” y los liberales fueron opacados de su perenne interés por el poder, se alzaron en armas e intentaron imponer a la fuerza sus reformas.
Como consecuencia de esta “jugadita” se produjeron unas 150 mil muertes, en un país que escasamente llegaba a los 4 millones de habitantes. En medio del caos y el agotamiento, los gringos nos cogieron con los pantalones abajo en el famoso “I took Panama” cuando su presidente Theodore Roosevelt, en un acto de generosidad y pacificación con Colombia, se llevó la joya de la corona: el preciado canal. 120 años después de la guerra de los Mil Días, ni el partido liberal ni el conservador han desagraviado al pueblo colombiano por la muerte de tanto compatriota, ni pedido perdón por la entrega “pichurria” de uno de los territorios más preciados del continente americano.
Como lo relata Albeiro Valencia Llano (Manizales y las guerras de 1876-1899) “la guerra de los Mil Días no ocasionó trastornos significativos en el territorio antioqueño y volvió a convertir a Manizales en cuartel general”, salvo reclutamientos, expropiaciones y ataques de guerrillas liberales en el sur de Antioquia. Además de las miles de muertes, en materia económica, de manera similar a lo que sucede actualmente en Venezuela, Colombia sufrió una hiperinflación del 18.900%. En su relato, Albeiro Valencia cuenta cómo la crisis de la guerra llevó a la creación de tres grandes bancos en Manizales: Banco de los Andes, el Crédito Antioqueño de Manizales y el Banco de Manizales, además de organizaciones de jóvenes voluntarios como el “Batallón Cívico” que se encargaban de proteger la ciudad, especialmente de los ataques de la guerrilla comandada por el Negro Braulio en zona del actual municipio de Neira. El comienzo del siglo XX en Colombia fue sin duda un capítulo triste, penoso y desolador que invita a repensar los planteamientos de Springsteen y Morris, ¿para qué sirvió la guerra de los Mil Días?
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