Históricamente, este territorio biodiverso, pluriétnico, mediterráneo y multicultural ubicado en el trópico andino, entre vertientes cordilleranas del centro de Colombia, desde la fundación de Manizales hasta cerrar el siglo XX, en una perspectiva económica ha experimentado cambios estructurales, así: un período de supervivencia que parte de la fundación de Manizales, otro de crecimiento económico en el que se crea el departamento, uno más de verdadero desarrollo con sabor a café, otro entre 1970 y finalizar el siglo de profunda crisis; y por último el actual después de abandonar la sociedad industrial de ayer. Veamos:
Culminado el primer período de acumulación, caracterizado por una economía de subsistencia en el que la aldea fundacional emplazada sobre una retícula ortogonal, pasa por las confrontaciones armadas entre Antioquia y Cauca, aún con la idea de que la propiedad era un derecho natural según la Constitución de 1886, entramos a una segunda fase favorecida por el fin de la Guerra de los Mil Días (1903) en la que se crea el departamento (1905), ya que gracias al café se cambian los caminos de arriería por modos de transporte como el cable aéreo (1923), el ferrocarril (1927) y los vapores por el Cauca y Magdalena para exportar el grano.
En este segundo período que cierra tras la gran crisis de 1929, en el que se dan los pavorosos incendios de los años 20 y evoluciona la arquitectura vernácula del bahareque gracias a la apertura cultural que acompaña la actividad exportadora, el meridiano económico de Colombia cruza por Manizales, y se crea además de la cámara de comercio (1913) la SMP (1912), cuando según el censo de 1912 Manizales contaba con 34.720
habitantes, Pereira con 18.418 y Armenia con 13.720. Vendrá luego la etapa de verdadero desarrollo: el período de las “chivas y jeepaos” en el que los beneficios de la caficultura se irrigan al campo, para abrir caminos, electrificarlo y dotarlo de acueductos, escuelas y puestos de salud gracias a los Comités de Cafeteros; una época en la que la salud del suelo y del agua, el sombrío y la biodiversidad, se expresan en el arrullo de pájaros y cigarras y en otros elementos tangibles e intangibles de nuestro patrimonio cultural y natural. Para entonces, la fisonomía de Manizales ha cambiado: el pequeño poblado de retícula ortogonal cambia su modelo urbano para seguir las curvas de nivel y adaptarse a la topografía.
En dicho contexto, aparece la Revista Civismo (1936), como expresión del pensamiento cívico que se vivía en la ciudad; este órgano se constituye en evidencia de un cambio histórico en el quehacer cívico, dado que el país avanzaba con su reforma constitucional de 1936, para enfrentar los graves conflictos rurales y sociales estableciendo la función social de la tierra y cambios estructurales con las doctrinas keynesiana, para lograr el pleno empleo, centralizar la economía y establecer el proteccionismo económico.
Vendrá el cuarto período que irrumpe con el caturra (1970) y cierra con el siglo XX, en el cual la reforma de la Carta (1991) define a Colombia como un Estado social de derecho para cambiar la democracia de representativa a participativa. Si tras la crisis del año 29 habíamos abandonado el modelo agrario e incursionado en el de sustitución de importaciones bajo los preceptos Cepalinos, ahora con la apertura económica de 1991 se reprimariza nuestra economía.
Si entre 1938 y 1951 Manizales salta de 86.000 habitantes a 126.000, y de 1973 a 1993 de 221.000 habitantes a 345.000, también su desarrollo urbano anuncia la fragmentación social y espacial del territorio, para condicionar, un quinto período en lo corrido del siglo, que se da en una fase demográfica asintótica o sin crecimiento, lo que deja espacio para elevar la calidad de vida y atender las demandas de una nueva sociedad urgida de una cultura ciudadana en la que se establezcan relaciones de respeto por los derechos bioculturales y por lo público.
Si históricamente la acción de humana ha sido hostil hacia la naturaleza olvidando su condición fundamental por ser parte de ella, para lograr la apropiación del territorio esa perspectiva biocéntrica le impone a la sociedad civil como retos como un civismo activo inspirado en la civilidad como el valor supremo de la cultura urbana.
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