Voy a votar en primera vuelta por Sergio Fajardo; voté hace cuatro años por Germán Vargas Lleras y estoy convencido que otro hubiera sido el destino de Colombia si lo hubiésemos elegido presidente. La atmósfera que rodearía estas jornadas sería menos azarosa, el futuro menos incierto, el país menos pobre, menos desigual y menos violento.
Después de cuatro años extraviado en hacer trizas el proceso de paz, el legado del presidente Duque es bastante precario; descontadas las atipicidades de la pandemia, este fue un presidente sin foco, tan despistado y alejado de la realidad que cree, en el colmo de la ingenuidad, la torpeza o el pésimo sentido del humor, que sería reelegido si tuviera la posibilidad de una nueva candidatura.
Identificadas como están las grandes reformas que requiere el país para superar nuestros problemas más graves, ellas no se tramitaron en este cuatrienio, y hoy estamos sentados como dijo Alejandro Gaviria hace unos días, sobre un volcán a punto de explotar. Los males se han ido acumulando durante estos últimos cuatro años y la presión contenida hasta ahora podría desatar fuerzas incontrolables.
El Gobierno Duque nos deja un enorme desarreglo institucional, y según los datos más recientes del DANE, una confianza de los ciudadanos en el porvenir, en mínimos históricos.
El país está creciendo económicamente, pero los indicadores sociales no mejoran; el deterioro del orden público es evidente y frente a los actores armados el Gobierno no conversa, pero tampoco los enfrenta con contundencia, la política exterior se volvió un chiste y la corrupción campea a lo largo y ancho del aparato estatal.
Sobre el qué hacer, la democracia nos brinda la posibilidad de decidir: permanecer en el statu quo, con los mismos lastres, los mismos actores, las mismas complicidades y los mismos círculos de intereses; hacer borrón y cuenta nueva sin que medien consideraciones en torno a un contrato social que hemos logrado perfilar, ciertamente injusto y precario todavía, pero con componentes rescatables, elaborados a lo largo de muchos años de martirizada historia; identificar, sin más, los problemas, hacer el diagnóstico y con simplicidad convertirlos en denuncias inapelables sin ir a su etiología y, menos a la instrumentalización de las soluciones; entender que, frente a la necesidad de cambiar muchas cosas, hay que convocar a todos para conversar civilizadamente, discutir las soluciones, darles curso, y adoptarlas.
Los candidatos Federico Gutiérrez, Gustavo Petro, Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo encarnan claramente cada una de esas cuatro visiones de país y de gobierno. En lo personal creo que el candidato que tiene la mirada más serena, más reflexiva y más moderna frente al país y sus encrucijadas, es Sergio Fajardo. Por su hoja de vida, por su formación académica, por su experiencia administrativa, por su conciencia crítica de la realidad global y nacional, por su condición de investigador y científico, por su disciplina intelectual, por su independencia mental y política, y fundamentalmente porque entiende que en las democracias las grandes transformaciones se logran a través de consensos y diálogos edificantes. Las más importantes e inaplazables reformas que se necesitan Colombia no se pueden hacer a rajatabla, sin consultar con todos los actores involucrados. No lograremos hacer la reforma tributaria estructural y progresiva, la reforma a la justicia, la reforma a la salud, al mercado de capitales, a los sistemas laboral y pensional, a la educación, si no nos sentamos a conversar los académicos, los científicos, los empresarios, los sindicatos, los trabajadores, los líderes sociales y políticos, los jóvenes y las mujeres.
En general las campañas han llegado a límites inverosímiles de crispación y encono; los discursos han sido sustituidos por las arengas simplistas, las ideas por el agravio feroz, las propuestas por el panfleto incendiario, los debates ya no son la confrontación dialéctica entre propuestas y programas, sino la expresión de una retórica vacía, llena de lugares comunes y de promesas sin fundamento. Digo en general porque la campaña de Fajardo, más por responsabilidad que por recato, ha sabido ubicar el lenguaje en el justo medio, aún a riesgo de parecer inescrutable y en exceso respetuoso y calmado.
A Fajardo lo acompaña sin duda el mejor equipo; ese equipo ha sido fundamental en la construcción de un programa creíble, necesario y útil para estos tiempos que corren. El énfasis en la educación, la ciencia y la tecnología, como fundamentos de una sociedad próspera, igualitaria y pacífica le deberían otorgar las suficientes credenciales para ganar el favor popular y convertirse en el Presiente que Colombia necesita. Ojalá los colombianos en esta ocasión acudiéramos a votar pensando en el país, no exclusivamente en nuestros personalísimos intereses sin consultar la importancia del entorno; tan preocupante es un statu quo que inhiba el desarrollo y la prosperidad, como una ruptura llena de incertidumbres, confusión y turbiedad.
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