De entrada uno podría preguntar si el amor es importante para las matemáticas. O al revés: ¿qué tienen que ver las matemáticas con el amor? ¿Tiene alguna relación la exactitud que se requiere para construir algo con el afecto, con las emociones? Aventuro mi respuesta: todo. Es cierto que es difícil desbaratar una ecuación matemática, y muy fácil destruir una esperanza. Creo que en países como el nuestro, es la constante. Quienes se mueven en el mundo de las ciencias exactas van por un lado y aquellos que se paran en las ciencias sociales y en las ciencias humanas, siguen por otro camino. No conversan. No se encuentran. Y ni se miran. Y todavía más, cuando se quiere menospreciar a alguien, le dicen que es un teórico, que habla mucho y “hace” poco. ¿Para qué hablar tanto, si lo que se requiere es calcular áreas y volúmenes para “construir progreso”?
Esto conlleva una necesaria pregunta: si bien es cierto que hemos alcanzado altos índices de escolarización (claro, falta mucho), ¿será posible decir que somos más educados? Más instruidos sí, ¿pero mejores seres humanos, es decir, más justos, más leales, más solidarios, más respetuosos…? Me queda la duda.
En alguna ocasión, instalando un evento académico en una universidad, traje a colación la primera ley de la Física expuesta por Newton: “Todo cuerpo permanece en su estado de reposo o movimiento a menos que una fuerza actúe sobre él.” Y lo hice pensando que nuestras sociedades no deberían acogerse a esta ley de la Física; no conviene que los ciudadanos sigan esperando que la solidaridad, el respeto, la justicia, la equidad provengan de ese uno por ciento de la población que dispone de la mayor parte de las riquezas del Planeta. Con seguridad que no va a suceder que este fenómeno físico se materialice en la vida de millares de ciudadanos que sienten y ven cómo sus esperanzas y deseos de tener una vida digna se derrumban día tras día.
Quienes nos movemos en el mundo de la academia, es decir, quienes nos aventuramos en la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, lo hacemos pensando, por un lado, que en efecto somos autores de nuestro propio destino; no esperamos que otras “fuerzas” actúen sobre nuestras vidas; y por el otro, porque, siendo coherentes con nuestros propósitos misionales, entendemos que si bien es cierto debemos procurar diseñar currículos que fomenten la productividad y la competitividad de las regiones y los territorios, también debemos cumplir otros propósitos fundamentales: un desarrollo sostenible, una mejor salud, mayor equidad y justicia. Pensamos, de manera global e integral en un país más humano. Y eso se logra si estamos convencidos de que las matemáticas deben propender por un espíritu humano más digno; así como que las emociones, los afectos, los abrazos, el amor… no deben estar ausentes de los currículos ni mucho menos de las relaciones entre profesores, estudiantes y padres de familia.
Parte de este propósito fue lo que se vio recientemente en la U. de Manizales en el congreso que se realizó -en convenio con la secretaría de Educación del municipio- y al que asistieron unos 670 profesores de colegios oficiales de la ciudad, y en el que se abordaron la didáctica de las matemáticas, de la lengua castellana, de las ciencias sociales y de las ciencias experimentales. Tres días pensando cómo hacer mejor nuestros modelos pedagógicos y didácticos; tres días conversando sobre cómo el afecto, el amor… tienen profundas conexiones con la exactitud y rigurosidad que anidan en las ciencias exactas y naturales.
Estoy convencido de que el conocimiento por el conocimiento es lo que nos hace más humanos; es decir, que nuestra búsqueda de las verdades que mueven la existencia, solo se logran si la curiosidad y asombro no nos faltan. Dos por dos más que una ecuación, es un problema humano, es un problema de amor.
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