Trascurrido un mes de los acontecimientos que han estremecido el normal funcionamiento del país, queda un crítico balance en materia de orden público, cifras de salubridad, situación económica y desempleo, daños irreparables a la infraestructura urbana y, lo más grave, la pérdida de vidas y heridos por acciones irracionales.
Analizando el caos, vemos como los hechos han estado delimitados por algunos sectores y focalizados en algunos puntos estratégicos, donde los protagonistas sacan el mejor partido. Cali recoge la concentrada inconformidad de la Costa Pacífica y de los indígenas del Cauca; Medellín reúne la población víctima de la violencia, producto del desplazamiento forzado y del flagelo del narcotráfico y Bogotá es el mayor receptor de población en grado de marginalidad y pobreza extrema, es la tríada en la cual surgen los mayores indicadores de necesidades no satisfechas.
Lo que llama la atención son los resultados a la fecha, cuando la escalada de disturbios no ha contado en plenitud con poblaciones de mucho peso específico para un movimiento de protesta, como son los indígenas en todas sus expresiones regionales, la población afrodescendiente, campesinos de distintas latitudes, comunidades en procesos de erradicación y fumigación de cultivos ilícitos, transportadores, Fecode y sus docentes asociados, la refinería de Barrancabermeja y sus Sindicatos , el personal de puertos. De esta manera se originaría un mayor caos, situación que no han presupuestado ni el Gobierno, ni la Comisión Negociadora del Paro.
La ruptura entre el sector rural y el urbano mostró la dependencia del hombre de la ciudad con el campesino. Ingresar a un supermercado y ver las góndolas vacías invita a la reflexión, por el desabastecimiento de productos de la canasta familiar, por efecto de bloqueos en las principales arterias viales. Quienes tienen en sus manos la solución de esta crisis deben presupuestar el escalamiento del conflicto en la medida que trasciende; calcular cómo se involucran más actores, dónde se aviva el rencor, la irritación de las partes, se crispan los ánimos y se polarizan los argumentos. El odio es un elemento que se da silvestre en nuestro país y crece con vigor en el corazón de muchos. Mientras se habla de paz, se zanja resentimiento y venganza en los protagonistas de los hechos. Hay confusión, caos y aparecen en el escenario de la confrontación acciones cada día más demenciales, dejando asombro e incomprensión. En la Mesa de Diálogo se percibe la ausencia y desconocimiento del sufrimiento padecido por la población involucrada en este fenómeno y el lamentable balance parcial en vidas y daños a la economía.
Colombia deberá renacer por la pandemia y el paro nacional. Serio reto nos espera, y recomponer el espíritu de reconciliación es tarea de todos; labor difícil en una nación colmada de diferencias y desigualdades y alimentada, además, por el odio pregonado por líderes, redes sociales, comunicadores, políticos y funcionarios.
Constituye esta confrontación una de las más horribles páginas en la historia de nuestra patria. En el panorama internacional, debemos borrar la perversa imagen dejada por estos episodios irrepetibles; devolver la credibilidad, el respeto a la institucionalidad y revivir los valores ciudadanos. Rescatar la ausencia del legislativo como vocero natural del pueblo y ajustar los planes gubernamentales para un Estado en crisis y maltrecho. El problema comenzó con la reforma tributaria y terminó atendiendo una amplia agenda, con el clamor de las necesidades de los que no tienen voceros y nunca son escuchados.
Ojalá estos sucesos no se salgan de control; Colombia está cansada de ver su hermosa geografía manchada a diario de sangre, da tristeza ver en las confrontaciones y reyertas callejeras, cómo se agreden jóvenes enfilados en bandos opuestos pero con seguridad, carentes de las mismas necesidades y cobijados por los mismos sueños.
Se deben buscar salidas dialogando y negociando, pero rechazando bloqueos, disturbios y actos de violencia y terrorismo, ya tenemos los colombianos con la pandemia, es suficiente.
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