No se sabe qué causa más indignación: si los candidatos que tratan de esconder su procedencia política, su pasado, o su participación en hechos degradantes; o la estrategia de recolectar firmas para presentarse como candidatos independientes, que no es más que una costosa trampa electoral que terminamos pagando todos los ciudadanos.
En ambos casos se trata de un camuflaje con el que creen poder esconder sus antecedentes, o el de sus mentores, y parece que no se dan cuenta de que puede ser una estrategia contraproducente, pues el pueblo, aunque no lo crean, tiene memoria y en épocas electorales se despierta con mayor agudeza.
Es entendible, por ejemplo, que los candidatos que provienen del santismo y que estuvieron acompañando a Juan Manuel Santos durante sus dos nefastos gobiernos, sientan vergüenza de haberlo hecho y de haber servido de instrumentos para devastar nuestro departamento. Es entendible, además, que hoy traten de posar de independientes; de sacudirse todo vestigio de haber colaborado en un gobierno que solo trajo decepciones, olvido y tristezas; de haber hecho eco de promesas incumplidas, y de haber mantenido un engaño permanente que solo podía desembocar en la parálisis del desarrollo manizaleño y caldense.
Es entendible por eso que hoy se presenten como independientes y busquen alianzas soterradas con candidatos y grupos políticos de los que hasta ayer denostaban y despreciaban. Pero que sea entendible no los hace buenos, ni aceptables, ni viables. Repito: el pueblo tiene memoria, y no puede olvidar ocho años de gobierno donde hubo caldenses revestidos de inmenso poder, pero con aparentes instrucciones de darle la espalda a su departamento. ¿O no, Alejandro Maya?
En otro lado están los candidatos vergonzantes de los partidos que los apoyan y que prefieren montar una pantomima disfrazada de voluntad popular. Prefieren renegar de sus mentores en silencio, porque saben que son indispensables para la financiación de sus campañas y el direccionamiento de sus votos, y se presentan ante el electorado también como independientes, sin vínculos políticos ni partidistas, y sin relaciones con actores de quienes puedan heredar antipatía. Son aquellos que se nutren de los dineros de partidos tradicionales, reciben órdenes de sus directores, obedecen directrices de sus estrategas, y se prestan para esa farsa en la que se convirtió la recolección de firmas a favor de los candidatos.
Son candidatos que, aunque llenos de valores, estructura académica e intelectual, desechan sus virtudes para partir de una mentira electoral que necesariamente conllevará a otras, convirtiendo sus campañas en empresas con estructuras mentirosas que en la medida en que crezcan enlodarán más al candidato que las representa. Es, en la práctica, una estrategia que desdice del candidato y opaca su brillantez. ¿O no, Luis Carlos Velásquez? (¿Hace cuatro años cuando Luis Carlos pretendía ser candidato a la alcaldía de Manizales, lo hacía por firmas para demostrar independencia, o era candidato vergonzante de algún partido? ¡No! ¿Por qué hoy sí?).
Y otros que se niegan a perder los espacios políticos que alguna vez tuvieron y que, huérfanos de poder, se empecinan en retomar unas banderas ya desteñidas y raídas, que tratan de enarbolar como si fueran nuevas, pero ante los ojos de los demás no pueden ocultar su estado. Se presentan ahora como independientes y someten su nombre ante los electores como tales, sin decir que les toca recurrir a ello porque las puertas de los partidos se les cierran en su cara para evitar perjuicios políticos. Aquí no son los candidatos los vergonzantes de los partidos; sino los partidos los vergonzantes de los candidatos. ¿O no, Luis Guillermo Giraldo?
¿Y por qué es una trampa electoral? Pues porque mientras a los candidatos no vergonzantes les toca esperar para hacer su campaña publicitaria hasta después del 27 de julio, a los demás les es permitido desplegar toda su fuerza visible desde dos meses antes. Y eso, en política, es mucho tiempo. ¡No parece justo!
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