Los orígenes de la acción de matar del ser humano se pierden en los mismos inicios de la especie, después de ser eminentemente herbívoro, con productos sobre la tierra o de otros organismos vegetales que lo rodeaban.
Luego, por necesidad, debió iniciar la época de cazador de otras especies e inclusive llegó a la etapa de caníbal. De allá hasta acá, el comportamiento ha sido variable, donde el abandono del canibalismo fue el prototipo de las civilizaciones modernas; pero todavía, en situaciones muy forzadas e insólitas, es probable que se practique esta conducta.
Matar al congénere no es sinónimo de antropofagia, canibalismo; es una conducta adoptada y persistente en algunos grupos sociales, quienes realizan esta actividad por infinidad de razones. Hoy se mata por motivos fútiles e incomprensibles, hasta los considerados legales como la pena de muerte, aplicada por los Estados en cumplimiento de sus leyes y decidida, ya sea por los jueces o magistrados. O, simplemente por la sociedad en defensa de sus creencias, como aún sucede en algunos países.
La sociedad colombiana, como otras, es un ejemplo de una población que ha permitido la muerte de sus ciudadanos; y cabe repensar una y otra vez las preguntas lacerantes del padre Francisco de Roux sobre la culpabilidad, por acción u omisión, de los colombianos ante la muerte al sacrificar o tolerar la acción violenta contra la vida humana.
Jamás hay razones humanitarias valederas para causar la muerte a las personas y menos aplicar la pena de muerte por los gobiernos, parte de ellos, o por los pueblos. Todas tienen en su haber el derecho máximo: La vida.
De otro lado, la semana pasada una publicación vaticana Vatican news, a raíz del pedido del papa Francisco para terminar con la pena de muerte existente en 55 países, expresó: “La sociedad puede reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse. Siempre, en toda condena, debe haber una ventana de esperanza. La pena capital no ofrece justicia a las víctimas, sino que fomenta la venganza. Y evita toda posibilidad de deshacer un posible error judicial. Por otro lado, moralmente la pena de muerte es inadecuada, destruye el don más importante que hemos recibido: la vida.”
Una posición humana, humanitaria y humanística.
En Colombia se abolió la pena de muerte estatal en 1910. Cuatro hechos hay que recordar: En la época de la Independencia, existió la pena de muerte; ejemplo de ello fueron las órdenes del Libertador y de Francisco de Paula Santander, era una acción permitida y creían que era justa. En segundo lugar, hace pocos años, se trató de establecerla para castigar a quienes cometían abusos sexuales contra los niños; en tercer lugar, algunos militares han ajusticiado a centenares de personas, cuyo número exacto no se conoce.
El cuarto lugar lo representa lo sucedido el viernes anterior, otra masacre, con la muerte de 7 policías, lo que en sentido amplio no deja de ser una pena de muerte: La pérdida de la vida como castigo a intereses absolutamente discutibles.
La pena de muerte, bajo cualquier causa o modalidad, debe ser erradicada de Colombia. No hay ningún delito, inclusive la muerte, que merezca otra muerte, y no se puede regresar al concepto de sangre por sangre como castigo. Por ello, las guerras, las insurrecciones, el bandidaje y cualquier situación que conduzca a la muerte no tiene cabida en la sociedad respetuosa del ser humano.
La existente moderna Inquisición, no Santa, no puede justificar la apertura a nuevas causas de muerte.
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