Tema complicado es la educación, que ha sido por “los siglos de los siglos” reconocida como indispensable para formar a niños y jóvenes, que han de ser los ciudadanos que rijan los destinos de la humanidad, exploten los recursos naturales en provecho de la misma y usen la inteligencia creativa para idear y desarrollar sistemas e instrumentos que hagan la vida digna, cómoda y productiva. Y es complicado el tema porque su carácter de fundamental es apenas un recurso demagógico de quienes administran el poder, o aspiran a conquistarlo, agregado a techo, salud y empleo, con los que los políticos conquistan adeptos y ganan votos en el sistema democrático, tan manoseado y burlado reiteradamente.
La realidad es que la educación ha sido privilegio de élites sociales, porque cuesta. Y la que dispensan los gobiernos está sometida a todas las deficiencias, propias de la administración pública, mientras que la privada es artículo de lujo. Mucho más por estas calendas, inspiradas en el pragmatismo y la globalización, cuando cualquier actividad social tiene como objetivo primario el utilitarismo. La juventud no se educa para servir sino para producir. De modo que quien tiene recursos puede educarse y ascender en la escala social, económica y burocrática; y el pobre está condenado a ser subalterno, o trabajador raso. Pero hay excepciones dignas de exaltar: las de quienes, tras la consigna de que “quien quiere puede”, adquieren una educación sobresaliente, “quemándose las pestañas” para leer a luz de vela, estudiando en libros prestados y trabajando a ratos para ayudarse.
En contraste con el desperdicio de oportunidades de muchos pudientes, para confirmar el dicho de que “Mi Dios le da pan al que no tiene dientes” o “lo que nada nos cuesta volvámoslo fiesta”, que es lo que hacen los hijos de papi cuando desperdician las oportunidades que les da la vida de formarse bien. En esto, como en todo, hay excepciones dignas de resaltar. Quienes aprovechan el privilegio de formarse con excelencia, son a la postre dirigentes eficientes o verdaderos estadistas.
La tecnocracia, que se ha impuesto como paradigma de eficiencia, alcanzó con sus tentáculos prepotentes los espacios de la educación, para reducirla a la instrucción, a fin de reducir los tiempos académicos y bajar costos. Así, salen de las múltiples universidades que existen (incluidas las de garaje), miles de muchachos soplándoles la tinta fresca a ostentosos diplomas, convencidos de que son “doctores”. El profesor y filósofo Nuccio Ordine, en entrevista publicada por El Tiempo el 20 de enero de 2019, destaca la importancia de la cultura, los maestros y los clásicos en la formación de los jóvenes y rechaza que la banca multinacional defina los objetivos de la educación. Y dice: “Universidades y escuelas son empresas, que venden diplomas a unos clientes llamados estudiantes”. Léanla.
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