La perversión de la democracia, causada por intereses distintos a legitimar la voluntad de las mayorías, les ha servido a dictadores y usurpadores del poder político para alcanzar sus objetivos por tortuosos caminos, entre ellos, el más infame, la manipulación de la pobreza y la ignorancia, lo que ha puesto a pensar a ideólogos serios y a estadistas, que así merezcan llamarse, en que es necesario barajar y volver a dar, porque la democracia se juega ahora con cartas marcadas. Es decir, imponer la razón y la sabiduría por encima de la corrupción y del imperio de la mediocridad, para cambiar los procedimientos que consultan la voluntad popular (esencia de la democracia) de manera que el poder no caiga en manos de aventureros, ricachones con más vanidad que escrúpulos y conocimiento y títeres de mafiosos, que buscan el manejo de los estados tras las arcas oficiales, para saquearlas, negándoles a los pueblos que dicen representar los beneficios de la superación personal, el desarrollo social y la grandeza colectiva.
El devenir histórico muestra una inmensa variedad de modelos gubernamentales, algunos que merecen exaltarse porque han sido conducidos por líderes sabios, con verdadera vocación de servicio, que alternan en la conducción de los países con malandros sin escrúpulos, apoyados por la fuerza de las armas o por los “recursos” de la corrupción, para que la humanidad dé “un pasito pa’delante y otro para atrás”, y por períodos más o menos largos, o cortos, avance, se detenga o retroceda.
Una de las democracias más sólidas del mundo, Estados Unidos, que se construyó inspirada en la libertad, el pluralismo ideológico, el sueño de los inmigrantes, el trabajo productivo, la superación personal, la familia como símbolo de las buenas costumbres y la fortaleza económica; que ha sido, además, el modelo a seguir para muchas otras naciones; y ostenta en su recorrido histórico líderes de condiciones providenciales, que han conducido al país por espacios de grandeza, resultó de pronto gobernada por un millonario ignorante, prepotente, de malas costumbres e inescrupuloso, gracias a la seducción de los votantes con propuestas indecentes, falsedades y alianzas perversas para manipular resultados electorales y atraer la opinión favorable a través de medios publicitarios maquillados, o comprados.
Para rematar la faena, el estrambótico personaje, perdedor en las elecciones con las que pretendía hacerse reelegir, enfrentado a todo un señor estadista, experimentado en el gobierno, patricio de una hermosa familia, típica de la cultura tradicional, pretende aferrarse al poder como el náufrago a la tabla de salvación, desconociendo el principio de “humildad en el triunfo y dignidad en la derrota”. Don Miguel de Unamuno lo advirtió: “Lo que natura no da, Salamanca no lo enseña”.
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