La juventud es esperanza. En las pasadas elecciones se dieron revolcones en algunas ciudades y regiones de Colombia, que permiten avistar un futuro que cambie para bien la estructura política y moral del país. Algunos jóvenes llegaron a las posiciones de alcaldías, gobernaciones, asambleas y concejos a horcajadas de las maquinarias que se han adueñado de los “feudos podridos” electorales, lo que no obsta para que, con mandato en mano, garantizado por período fijo, se aparten de las directrices perversas de sus mentores y decidan volar con impulso propio, acompañados con gente de su generación, con ideas innovadoras y criterio social altruista, para construir un futuro que no se inspire en aprovechar las posiciones para volverse ricos, sino en enriquecer sus hojas de vida con realizaciones que garanticen un futuro mejor para el país. Cambiando, de paso, la mentalidad de niños y jóvenes en quienes se han incrustado el consumismo y la riqueza material como paradigmas de bienestar y preeminencia. Muchachos que entiendan que la importancia radica en ser útil, si se quiere ser líder, dirigente político o gobernante. Además de asomarse con humildad a los espejos de la historia para buscar modelos en hombres que han trascendido los siglos como constructores de naciones, inspiradores de constituciones políticas orientadoras y rectoras de las comunidades y paradigmas de virtudes y valores personales. A los “mesías”, subproductos de la “actual filosofía”: “amigo cuánto tienes cuánto vales”, aliados de las mafias y apoyados por actores armados ilegales, se les puede dejar a un lado, como se mandan para las fincas los muebles viejos, y dejarlos que hablen solos sin que nadie les pare bolas. La juventud, que ha sido testigo de la descomposición causada por la inversión de los valores sociales, es la llamada a proponer un nuevo estilo, inspirada en los recursos de la tecnología, en la ambición de pasar a la historia por útil y no por poderosa y en volver los ojos a los constructores de las civilizaciones y no a quienes las destruyen bajo el ropaje mendaz de la riqueza que se adquiere saltando por encima de la ética y la solidaridad humana.
Con los últimos consejos de ancianos acabaron los conquistadores europeos, junto con el resto de las poblaciones aborígenes. De modo que, a quienes superaron la barrera de la tercera edad y se aferran al poder, por sí o por interpuesta persona, se les debe aconsejar que, para bien del país, se hagan a un lado, no estorben el paso de los jóvenes, entreguen los “trastos de matar” a toreros nuevos, adquieran una finca de recreo para irse a cultivar jardines y a jonjolear a los nietos y permitan que sus descendientes vuelen por su propio esfuerzo y no al impulso de intrigas paternales. A los hijos se les dan alas, pero que las muevan ellos.
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