El nacionalismo, inculcado desde la niñez, les vende a los párvulos la idea de que el suyo es un país único, pleno de maravillas de todo orden. La lista colombiana comienza con la ubicación geográfica privilegiada, en la esquina norte de Suramérica, con miles de kilómetros de costa sobre los océanos Atlántico y Pacífico; recursos hídricos inagotables; tres cordilleras que recorren el país de sur a norte, ofrecen variedad de climas y son aptas para la explotación agrícola; dos ríos que nacen en el extremo sur del país, bañan en su recorrido valles ubérrimos, en alguna parte se encuentran y finalmente desembocan en el océano Atlántico; inmensas llanuras cruzadas por ríos portentosos, aptas para la ganadería extensiva y el cultivo de palma de aceite, arroz, maíz, plátano y algodón, principalmente; millones de hectáreas de selva húmeda, reconocidas como pulmones del mundo; rica variedad de especies animales, entre ellas aves que son un atractivo para el avistamiento, actividad que convoca a miles de turistas internacionales, enamorados de su abundancia y diversidad; recursos mineros como carbón, petróleo, gas, sal, oro y otros, que son una valiosa reserva económica, fuente de ingresos para las arcas del Estado; y más, mucho más. Y a lo anterior agréguesele el recurso humano multiétnico, que ha producido genios en algunas disciplinas; y numerosos artistas, deportistas, científicos, escritores, filósofos, economistas, técnicos en variados campos, industriales, financistas y estadistas, reconocidos universalmente. Hasta aquí, los “gloriosos”.
Pero una tendencia a improvisar, a cambiar de rumbo en la mitad del viaje (“Ya que estamos aquí tan bueno, vámonos para otra parte”); a dilatar procesos en estériles disputas, donde prima el interés particular sobre el general; a invertir recursos en proyectos inconclusos, o inoficiosos; a despilfarrar el patrimonio natural con sistemas de explotación depredadores y a tirar a la jura los beneficios tributarios, por falta de planeación, o por el saqueo al erario; y a resolver diferencias políticas, sociales y económicas con la violencia, lo que ha tenido costos incalculables, en bienes materiales, vidas humanas y patrimonio natural, lo que no les importa a líderes que solo se inspiran en la vanidad del poder y en las frivolidades de la riqueza personal, olvidados de las responsabilidades que han asumido con los electores. Esos son, ante la falta de principios, “turistas de todas las ideologías”, al sol que más alumbre. Lo mismo pasa con los capitalistas, que explotan sin misericordia a los consumidores, amparados en leyes y decretos que les hacen a su medida los legisladores y gobernantes que patrocinan. De modo, muchachos, que lo de “país privilegiado” es un canto a la bandera.
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