Donald Trump no es un presidente convencional. Genera pánico social, euforia económica, y terror legal. Es como él mismo se define, un hombre políticamente incorrecto. Su llegada a la Casa Blanca se dio en medio de intensos debates en torno a sus cuestionadas directrices migratorias y su escaso conocimiento del escenario internacional. Al momento de su elección, pocos líderes globales lo consideraban con seriedad para dirigir los destinos de la primera potencia mundial. ¡Qué sorpresa ha dado!
Trump ha hecho de su apellido una marca que se ha beneficiado en gran medida de los continuos escándalos que ha protagonizado. Acostumbrado a moverse en círculos de élite, no ha escatimado esfuerzos para hacer de la polémica su principal activo político. Después de graduarse en ciencias económicas en la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, solo requirió de dos años para convertir una inversión de 500 mil dólares en un exitoso desarrollo urbanístico de casi 7 millones de dólares. Con tal antecedente debía fijar sus ojos en desafíos de mayor envergadura trasladando el centro de sus negocios a la Isla de Manhattan, siendo para la década de los 70 el más importante centro inmobiliario del mundo. Allí aprendió que las barreras se fijan en la mente y empleó todos los recursos a su alcance para imponerse proyectos como la remodelación del Hotel Commodore del Grand Hyatt, el Taj Mahal Casino, Trump World Tower y otro tanto nivel global en países como Brasil, Panamá y El Caribe. No cabe duda de que para el dinero es el rey Midas.
Como gobernante ha demostrado que cumple lo que promete y, aunque algunas de sus medidas resulten cuestionables, ha llevado sus promesas a la realidad. La construcción del muro en la frontera con México con recursos reservados por más de 1.500 millones de dólares, la deducción de impuestos para las compañías norteamericanas, la reducción del desempleo, la generación de mejores ingresos para la clase trabajadora, la renegociación de sus relaciones comerciales con Canadá, México y China y el crecimiento económico sostenido, hacen parte de los sueños que sembró en sus votantes y que ha hecho realidad. Un amplio sector de los ciudadanos estadounidenses - entre ellos muchos latinos que se han nacionalizado - apoyan su gestión, en gran medida gracias al desempeño de la economía y la tasa de desempleo con indicadores históricamente bajos. En efecto, en el último sondeo publicado por la Universidad Quinnipiac entre el 11 y el 15 de diciembre, se destacó que el 73% de los encuestados calificaban el desempeño global de los EE.UU. como “bueno” o “excelente”. El mismo sondeo refleja que un 45% se encuentra a favor del juicio contra Trump, mientras que un 51% se opone.
Semejantes cifras proponen un verdadero reto para los demócratas interesados en aprobar un “impeachment” contra Trump por los cargos de “abuso de poder” y “obstrucción al Congreso” con ocasión del condicionamiento de la ayuda de 391 millones de dólares de asistencia militar a Ucrania, a cambio que su presidente investigara a los Biden. En este camino el Congreso norteamericano deberá ponderar, al menos, tres factores esenciales. En primer lugar, la inminencia de una campaña en el mediano plazo requiere contar con un electorado que está conformado por quienes han visto mejoras significativas en su calidad de vida durante el gobierno de Donald Trump, y aunque la prensa le resulte adversa, las cifras hablan por sí solas y muchos de ellos esperan un segundo periodo de la hegemonía republicana. Una prematura destitución ubicará al actual mandatario en la posición de mártir en lugar de criminal. En segundo término, es imposible olvidar la relevancia de los EE.UU. como primera potencia mundial. Un impedimento en su contra puede lesionar la superioridad que ha logrado en las agresivas negociaciones comerciales y políticas con Canadá, China y Rusia. En un entorno global donde éstos cobran mayor preponderancia, se requiere un líder firme que le sirva como contrapeso en lugar de una figura endeble que debilite la influencia del coloso del norte. En último lugar, la personalidad de Trump no permite suponer que ceda la silla presidencial sin dar la batalla de su vida. Ya lo ha dejado ver en la agresiva carta enviada a la demócrata Nancy Pelosi donde la acusa de declarar "una guerra abierta contra la democracia en Estados Unidos".
Se equivocan quienes comparan el juicio a Donald Trump con el que sufrieron Bill Clinton o Richard Nixon. Nos guste o no, Trump es un luchador y no caerá en la lona sin dejar en el combate su último aliento.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015