Decir lo mismo en desacuerdo, es el principio que he denominado la Convergencia Inversa. Tuve la oportunidad de escuchar con atención la amplia baraja de candidatos y no encontré mayores diferencias en sus planteamientos, no obstante, sí marcaban la pauta en busca de un protagonismo personal.
Hace escasos tres meses en un importante noticiero matutino, entrevistaban a dos representantes a la Cámara, sobre la intensión que les asistía para la rebajar el salario de los parlamentarios. Al unísono ambos manifestaron su compromiso irrevocable de liderar esta iniciativa, asunto que no sucedió, sin embargo, en la entrevista hacían uso de la convergencia inversa, decían lo mismo, pero lo fundamental era resaltar la imagen de prohombre de cada entrevistado.
Igual sucedió con las vacaciones e hicieron uso de la convergencia inversa; por supuesto en los bicamerales no había discusión alguna acerca de su recorte, asunto que finalmente quedo convertido en una trama de manejo de mayorías para hundir el proyecto y por esta vía fomentar la indignación.
Es claro, el mundo está virando hacia nuevos modelos de gobernabilidad, en donde la inclusión social, la reducción de brechas, la disminución de la pobreza multidimensional y la creación de opciones laborales apuntan hacia una sociedad más equilibrada, es un reclamo que se esparce de manera global.
La sociedad en su conjunto está cansada, hastiada de los mismos libretos y de la marrullería cotidiana, esa que no aporta nada para corregir lo fundamental; la desesperanza colectiva que agobia a los hogares.
Lo he planteado en distintas ocasiones, el reto no es el crecimiento económico, el desafío es la contribución social del crecimiento, entendido como desarrollo económico y lamentablemente este último es famélico, continuamos con tasas de informalidad laboral cercanas al 50%, y una periferia urbana y rural trazada por la tiranía de la educación, del internet, de falta de oportunidades, de servicios básicos, de salud; una perplejidad que reclama un mejor futuro. Mientras esto sucede, quedamos atrapados en el realismo mágico del PIB y de los grandes números.
No son menores los virajes de América Latina, estos no se pueden reducir a la discusión del comunismo y la izquierda, es un error atisbar esta realidad desde un punto de vista tan reducido, es necesario comprender que la sociedad está reclamando cambios; es hora de vislumbrar que el modelo actual de gobernanza se está agotando, entender que la palabra social debe pasar de la simple retórica para convertirse en un pilar fundamental de gobierno y no plantear la contienda electoral entre el miedo y la esperanza; la enseñanza reciente de Chile es reveladora.
La génesis de la esperanza es justamente la desesperanza, es allí hacia donde se deben enfocar las alternativas de un buen programa de gobierno, en estos lugares reside ese 50% de informalidad, de necesidades ciertas que no han sido atendidas, de familias enteras que con esperanza reclaman un cambio y bien lo dice el argot popular, “la esperanza es lo último que se pierde” así comprendemos, como la esperanza termina derrotando al miedo.
No sé cuál sea el candidato al final de cuentas y, subrayo, va a ser necesario que todos desfilen por la pasarela de “Yo me llamo”, para ver si el color de la voz y su brillo, ameritan que los llamen candidatos, pues no hay diferencia en sus discursos. Lo que sí esta claro, es que promover el miedo hacia un candidato es un error, lo que debemos hacer es entender la desesperanza que nos agobia y no continuar por el camino de convergencia inversa; ya es suficiente riesgo el que hemos acumulado.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015