Manizales sí que producía interesantes personalidades, esa es la impresión que me dejó la lectura del libro Justiniano Londoño Mejía y su tiempo de Luis Augusto Londoño, nieto del biografiado, recientemente publicado en una bella edición, lujosa en sus materiales y diseño.
Con devoción filial este ingeniero se dedicó a reconstruir la parábola vital de este hombre, que a la vez fue padre de varios hijos singulares, constituyendo una llamativa excepción, porque usualmente a un gran padre sigue un hijo normal, tirando a mediocre. La exigente labor de Luis Augusto Londoño fue sustentar en documentos una tradición familiar transmitida en la mesa de comedor como anécdota que cada personaje al relatar alteraba y para poder hacer eso revolcó más de un archivo. Luis Augusto sufrió en su investigación la falta de bibliografía, la cual, a pesar de ser abundante, no es específica. Muchos libros de la colonización son monotemáticos, siguiendo los lineamientos de una historiografía izquierdoide que resalta la lucha por la tierra dejando demasiados temas de peso por fuera. Así que, en mi concepto, lo del tiempo de don Justiniano no quedó tan sólido como lo hubiera pensado, pero lo de don Justiniano, la descripción de su personalidad, es enriquecedora y creo que esa fue la intención principal del autor.
Retoma Luis Augusto un término de su tío Fernando que clasifica a don Justiniano como antioqueño caldense para entender ese tipo de hombres que si bien alteraron su gentilicio, no sufrieron el colapso de sus identidades. Es asombroso, y lo relata muy bien Luis Augusto, esa capacidad de acumular capital en esa época, que a pesar de que se perfiló como el inicio de una era de riqueza, se caracterizó por ser pobre. No sólo el esfuerzo físico que hicieron estos hombres y mujeres admirables, sino el acierto en escoger cierto tipo de negocio, en este caso la arriería, y volverse muy ricos. Fue don Justiniano, y todo lo que hizo, hijo del café. Esa riqueza les lucía a estos prohombres muy diferente a como les luce a ciertos afortunados de hoy, y sería necio llamar nuevos ricos a los Justinianos, Pachos, Pepes o Valerianos de esa época.
El concepto de familia, por la cual se trabaja y cuya honra se defiende, fácilmente era ampliado por estos patriarcas a su peonada, lo que hizo posible su ascenso económico. El féretro de don Justiniano, en 1943 año de su muerte, fue cargado por hombres del campo de la Catedral al Cementerio San Esteban en señal de profundo duelo. Estos hombres religiosos y autoritarios tenían un claro interés que sus comarcas, en este caso Manizales, a pesar de haber nacido Justiniano Londoño en Neira en 1876, contarán con las instituciones civilizatorias de sociedades prósperas. Participar en iniciativas como la construcción de vías, de templos, de fundar periódicos y apoyar cuanta causa cívica surgía era parte del quehacer de estos hombres, por supuesto, sin cobrar sueldo. La concepción de desarrollo, a pesar de no ser estudiados, era mucho más integral y acertada para su época que los conceptos de desarrollo planteados por tanto egresado de las academias de hoy.
Admiro y agradezco el esfuerzo de Luis Augusto Londoño de culminar con éxito esta agotadora labor, muy ajena a su habitual actividad, y recordar a este hombre que de esa manera va a ser tema en muchas conversaciones. Gana la región con esta acertada iniciativa y sorprende que le corresponde hacerlas no a historiadores, a pesar de existir una carrera de historia en una universidad pública, donde se estudian todos los temas, excepto lo regional. ¿Cuantos justinianos y justinianas quedan por investigar y recuperar y así complementar el rompecabezas de nuestra historia regional?
Terminada la lectura del libro quedé pensando: ¿para qué las bellas edificaciones del Centro Histórico de Manizales si ya por esas calles no transitan estas inspiradoras personalidades?
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