Las campañas electorales cada vez invaden más espacios de la vida social y dan pasos agigantados para penetrar y copar los espacios privados. Hasta ahora, la que acaba de pasar ha sido la máxima expresión de este fenómeno, pero con seguridad la próxima la superará sobradamente. Prensa, radio y televisión le dedican generoso tiempo y espacio al proceso electoral, incluso empiezan con demasiada anticipación. Las calles y carreteras se inundan de pasacalles, pendones y afiches, todos coloridos, llenos de rostros desconocidos y eslóganes efectistas y tontos. Los candidatos inundan las calles con sus cuadrillas y reparten frenéticamente volantes y saludos; ya incluso se usa el verbo ‘volantear’. Miles de carros son vallas rodantes, que a veces diera la impresión que andan más despacio para mayor promoción del candidato. Cuando uno piensa que está resguardado de este ‘ataque masivo’ pues llegó a su casa, allí encuentra debajo de portones y garajes unos bien diseñados volantes de todos los candidatos posibles, los que dicen prácticamente lo mismo y tienen el mismo destino: la caja del papel para reciclar. Pero no hemos terminado, pues por el computador o teléfono celular se introducen de manera mágica mensajes de decenas de candidatos, cuando uno no tiene el menor interés de verlos. A pesar de todo esto, tengo la impresión de que la información útil y de calidad muy poco ha mejorado en la política. Y al final va llegando la saturación, la pereza y la molestia con esta feria multicolor y ruidosa. Lo que viene el día después de las elecciones es un silencio que produce sosiego. Las orquestas disonantes y desafinadas de los partidos, movimientos y candidatos se callarán un rato, y esto es saludable. Por fin el descanso.
¿Habrá manera de que esto cambie y la forma en que los ciudadanos escogemos a los mandatarios públicos sea más inteligente y razonable? por ahora no creo que sea posible, en gran parte porque la política es una competencia bélica. Aunque sin duda, es mejor esta competencia, descarnada y cruel, que la guerra misma.
En el plano de los resultados podemos destacar varios hechos. En primer lugar es bueno ver cómo en las principales ciudades del país, así como en otras intermedias, hubo una manifestación de un voto diferente, novedoso, proveniente de una ciudadanía sensible a los problemas contemporáneos más demandantes como corrupción, medio ambiente, transporte e inclusión. La elección de Claudia López en Bogotá tiene una gran importancia, es un hecho de vanguardia. La de Daniel Quintero en Medellín rompe y desmiente la supuesta hegemonía de una derecha dura en Antioquia. La de William Dau en Cartagena parece un milagro para una ciudad dominada por el saqueo de sus recursos públicos. La de Jairo Yáñez en Cúcuta desafía poderes mafiosos. La de Carlos Mario Marín en Manizales significó la derrota de una coalición de gamonales con las peores prácticas. Ojalá les vaya bien a todos para que la desilusión no nos regrese a tiempos pasados.
Un elemento que no debe pasarse por alto es la alta votación en blanco, lo que me parece muy positivo, es una manera directa y clara de manifestar la inconformidad con todo el sistema político. Un voto en blanco alto es una seria advertencia a unos actores políticos lamentables y funestos.
Una persona cercana me comentó que en su barrio repartieron sancocho de leña por montones, que en su casa todos comieron hasta saciarse, su papá repitió dos veces, por la noche solo pudo tomar limonada. Fue todo un festín. Pero a la hora de votar todos lo hicieron por los que les dio la gana, incluso en blanco. Esta es una señal de un posible cambio que empieza a emerger en la política, un pequeño progreso en el camino de salida del oscurantismo. El político abusador que termina usado como un tonto.
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