De alguna manera el paro del pasado 21 de noviembre - 21N, me trajo a la memoria la película francesa La Haine - El Odio, de 1995, que trae la historia de tres jóvenes parisinos de los barrios marginales entrelazada con revueltas, protestas y la respuesta policial. También vinieron a mi mente los disturbios de París de 2005, que se propagaron por toda Francia y duraron 20 días, dejando más de 9.000 vehículos calcinados, 300 edificios públicos en llamas y 3 muertos. Sin duda lo ocurrido el 21N es diferente, pero está atravesado por un mismo elemento: rabia, mucha rabia, odio.
Llamé ayer a un querido amigo, profesor de ciencia política en una muy seria universidad y le pregunté su opinión sobre los recientes eventos, su respuesta me pareció muy honrada: “no entiendo nada, lo que sí veo es vértigo”. Esta respuesta me pareció inmejorable, porque nos pone en un punto de partida ideal: la exploración sin prejuicios de todo lo que pasó y sigue pasando. Desafortunadamente, la posibilidad de descubrir las motivaciones íntimas de esta explosión de malestar y del rechazo a su manifestación corre el peligro de verse asfixiada por las respuestas fáciles y automáticas, las que parten de posturas viscerales antagónicas, como sostener que todo obedece a un perverso acto de maldad de la izquierda, que poco a poco se va quedando con el poder y que finalmente instaurará un régimen tipo Venezuela; y en la antípoda quienes solo ven maldad en el gobierno y en lo que llaman el modelo neoliberal, además con un pensamiento mágico que supone que denunciar un hecho y plantear un estado ideal es suficiente para modificar la realidad.
Insistiendo en la necesidad de una investigación que no parta de lugares comunes ni prejuicios, tan abundantes ambos en el análisis político y académico, se pueden plantear algunos elementos para comprender el fenómeno. La rabia es el primero. Una rabia globalizada, porque sin duda hay una conexión del 21N con las manifestaciones y disturbios de Chile, de Ecuador, de Bolivia, e incluso con los Chalecos Amarillos de Francia. Si no hacemos un sincero esfuerzo para comprender esa rabia que se acumula cada día en los ciudadanos, en los trabajadores, en los jóvenes, en los más marginados, no avanzaremos en la prevención de estos ataques colectivos de malestar. Incluso, hay que explorar más sobre los hechos de vandalismo y violencia ¿quiénes son sus protagonistas? ¿por qué proceden de esta manera? y esto no quiere decir exculparlos de su responsabilidad legal y penal, pues sin duda sus acciones ofenden, pero si no vamos más allá de la manifestación violenta, por más que haya control policial, por algún lado vuelve y emerge ese malestar, a lo mejor con consecuencias más nocivas. Pero esta rabia de la que hablamos también brota desde el mismo Estado, desde la respuesta policial, desde los sectores más duros del establecimiento y la derecha. El problema no es si se suprime el ESMAD o si se conserva, lo que hay que revisar es la formación que viene desde bien arriba para los muchachos que hacen parte del escuadrón antidisturbios, porque sin duda ellos también se llenan de resentimiento por lo que viven día a día, a lo que hay que sumarle la bronca con que los adoctrinan. Hay una rabia enferma en los manifestantes que cogen a patadas a un policía, como en el policía que pasa con su moto por encima del cuerpo de un manifestante.
En pocos días se apagarán las protestas y los cacerolazos, la vida cotidiana volverá a su ritmo normal, se firmarán pactos entre el gobierno y los líderes de los manifestantes, pero ni el Estado ni la sociedad tendrán el coraje de atender las causas más profundas de este malestar.
El exsenador Alfredo Rangel, representante de la más tozuda derecha, propone liberalizar la tenencia de armas para que todo el mundo pueda defenderse. Por el otro lado, el alcalde electo de Medellín, Daniel Quintero, propone una constituyente con la idea de reformar en el papel todo el Estado. Uno y otro se equivocan. El primero irresponsablemente quiere elevar exponencialmente la violencia. El segundo se engaña con el fetiche del papel.
En medio de todo, surgen luces de esperanza como los marchantes del 21N que si bien hacían manifiestas sus preocupaciones y dolores, lo hacían con tranquilidad y en paz. Elevan su voz contra la corrupción, por la equidad y por la salud de la naturaleza y el planeta.
Mi amigo profesor con seguridad mañana, en estas mismas páginas editoriales, nos dará luces sobre todo este fenómeno.
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