Colombia es el lugar donde nacimos, crecimos, construimos nuestras familias y nuestros sueños.
Alegres, serviciales, amables, perseverantes y hospitalarios, son solo algunos de los adjetivos que nos describen y distinguen en cualquier lugar del mundo. Sin importar la época del año, los colombianos siempre tenemos un buen motivo para celebrar. El Carnaval de Barranquilla, el Festival de Negros y Blancos en Pasto, la Feria de Manizales, el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, la Feria de Las Flores en Medellín, la Feria de Cali, o las Fiestas de la Cosecha en Pereira y muchas más llenan de alegría el alma de los colombianos.
Vibramos con nuestros héroes y rodeamos sin timideces a nuestra Selección Colombia, como bien lo hacemos en cada mundial. Con ellos gritamos, reímos y lloramos, pues sufrimos y gozamos cada segundo de competencia en la que estos compatriotas han dejado en alto nuestro país. Gracias a nombres como Mariana Pajón, Catherine Ibargüen, Nairo Quintana o Rigoberto Urán el nombre de Colombia es hoy referente deportivo.
La variedad de nuestros ritmos son tan extensos, como extensa es nuestra geografía. Vallenato, cumbia, pasillo, currulao, merengue, mapalé, porro y una larga lista nos hacen ensayar sus mejores pasos y estrenar vistosos trajes típicos, diseñados por artesanos locales que, generación tras generación, han aprendido las técnicas de sus ancestros. Y qué decir de nuestros artistas que han contagiado al mundo entero. Shakira, Juanes, Carlos Vives, Totó la Momposina, Joe Arroyo y otros que son protagonistas en noches de parranda.
Pintores y escultores como Fernando Botero, Arenas Betancur, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Débora Arango y muchos más. Poetas y escritores como Gabriel García Márquez, el maestro Valencia, Rafael Pombo, Jorge Isaacs, José Asunción Silva y Soledad Acosta, amén de una pléyade de ilustres compatriotas, llenan de orgullo el alma cultural de nuestro pueblo.
Todos estos valores, debieran hacer de nosotros personas afirmativas y de elevado carácter, incapaces de amilanarnos ante el reto histórico que hoy tenemos por delante, frente a la altísima percepción de corrupción generalizada y preocupante desconfianza en el imperio de la ley y de nuestras instituciones, al igual que frente a los procesos democráticos esenciales como las elecciones, debiendo, sin tardanza alguna, ponerles fin de una vez por todas.
¿No es nuestra sangre la misma de los comuneros del Socorro de 1781 que se levantaron ante las medidas fiscales de las Reformas Borbónicas? ¿Somos, o no somos?
La mala hora de la elección de un presidente, degenerado y vicioso, según sus cercanos colaboradores, comprometido por responsabilidad de pertenencia a grupo criminal en los más atroces delitos, supuestamente cobijados bajo el indulto concedido al M-19 en el Gobierno Barco y formalizado mediante la Ley 77 de 1989, no puede en manera alguna volvernos indiferentes, permitiendo que el “reyezuelo” continúe destruyendo nuestra Nación.
Insistir, por ejemplo, en la convocatoria a la “Consulta Popular” por decreto, habiendo sido negada por el Senado, es indicio seguro de dictadura y una prueba más de que sus decisiones son fruto del consumo de “sustancias psicodélicas” denunciadas y por tercera vez en nueva carta por su exministro Leyva.
No más atropellos a la dignidad de la República. De ser necesario, multitudinariamente nos volcaremos a las calles a defenderla, como dice Abelardo de la Espriella: “Por la razón o por la fuerza”.