Cada vez son más los vehículos híbridos o completamente eléctricos circulando por nuestras calles y carreteras. Aunque más costosos que los de motor de combustión interna, estos automóviles gozan de permisos de circulación especiales (en algunas ciudades no les aplica el pico y placa) y tienen descuentos en impuestos por ser amigables con el medio ambiente; incentivos a tener en cuenta a la hora de comprar carro.
La Unión Europea, por ejemplo, se propuso como objetivo eliminar todo vehículo que funcione a gasolina o diesel de su territorio para el año 2035. Una medida para reducir en un 55% las emisiones de carbono y atacar el cambio climático. Además, un estudio realizado por la Universidad de York evidenció que quienes manejan este tipo de carros son más felices, más calmados y más concentrados a la hora de conducir (https://bit.ly/2IjMK8v).
Todo parece positivo en temas psicológicos y ambientales, pero esta migración forzada a los vehículos eléctricos no pasa de ser un discurso miope que, en menos de lo que pensamos, nos pasará una altísima cuenta de cobro social, política y ecológica.
Revisando diferentes artículos sobre vehículos eléctricos - VE encontré que su lapso de utilidad no sobrepasa los doce años; los más optimistas dan hasta dos décadas siempre y cuando siempre se conduzca en vías en buen estado, llanas y que permitan una velocidad constante. O sea, un imposible en las carreteras colombianas por donde todavía podemos encontrar camiones fabricados en 1955. Cualquier variación en inclinación, velocidad o terreno afecta el rendimiento de la batería, que deberá ser recargada en estaciones de servicio que presten este servicio (se llaman “electrolineras”). En Colombia, según el portal Electromaps, hay 215 puntos de carga. Una cifra pequeña si se compara con las 5 mil 570 que bombean gasolina y diesel, registradas por Fendipetróleo.     
Un VE completamente cargado tiene un rendimiento promedio de 160 kilómetros, lo que implica que viajar de Manizales a Bogotá requiere una parada de carga en, digamos, Honda (Tolima), que no tiene electrolinera que permita una recarga total y que requiere de dos horas. En ninguna parte del trayecto existen lo que implica conectarse a una fuente de energía casera, que tarda ocho horas más los gastos que ello implica.
Y si encuentra una electrolinera, saque la calculadora. Así como hay algunas que prestan el servicio de manera gratuita (son escasas), portales como Investopedia (https://bit.ly/3BUetFP) señalan que el costo de la carga varía según el tipo de cargador que use, el tipo de batería que tenga el VE y la poca regulación que existe actualmente en el cobro de este servicio a nivel mundial.
Las baterías, recuerde, se van gastando con el uso y al cabo de un tiempo requerirán cambio total; el equivalente a una reparación de motor en un carro tradicional. El cambio de este pieza vital en un VE está entre los $25 millones y los $74 millones, según la empresa de asesoría legal Neale & Fhima (https://bit.ly/3BW4a3R), que desde hace unos años atiende las demandas de los usuarios estadounidenses de VE ante los posibles abusos de las empresas que fabrican estos carros.
Entonces todos nos pasamos a vehículos eléctricos y cada cinco, diez o veinte años debemos reemplazar las baterías, ¿a dónde van a parar estas enormes pilas con residuos de litio, cobalto, cadmio, grafito y tierras raras? ¿Dónde las reciclan? ¿Las reciclan? Ya veo las montañas de estos desechos tóxicos en algún lugar del planeta, tercermundista seguramente. O contaminando el mar.
El litio y el cobalto, al igual que el petróleo, no son renovables y, a diferencia del oro negro que brota en diferentes partes del mundo, los yacimientos de estos elementos son escasos. La Agencia Internacional de la Energía (https://bit.ly/3y7SvxT) indica que el Congo tiene el 80% de las reservas mundiales de cobalto, el 80% del litio global se concentra en Chile y Argentina, y el 70% de tierras raras está en China. Esta agencia también indica que para el año 2040 la demanda de estos componentes será 50 veces mayor a la actual, lo que cambiará los intereses geopolíticos de los países más desarrollados y de las multinacionales manufactureras de vehículos. Y ya sabemos lo que esto conlleva: invasiones, bloqueos económicos y guerras. ¿Queremos esto en nuestro continente?
Urge, entonces, repensar el auge de los vehículos eléctricos y buscar otras alternativas de energía que impulsen estas máquinas. Porque lo que se nos viene pierna arriba no pinta nada bien.