Según el presidente de Fenalco, Jaime Alberto Cabal, el día cívico del martes 18 le costó al país cerca de 350 millones de dólares. Pérdida que no será reconocida por nadie, menos por el promotor para sus fines políticos.

Así ha sido en lo que va corrido de esta Administración, que en lugar de propender por la normalización de todas las actividades cotidianas, hace lo imposible por entorpecerlas, mediante “marchas prefabricadas”, según Cabal.

Estas movilizaciones no tienen nada de populares, puesto que carecen del elemento esencial, la espontaneidad. Como las que derrocaron a Rojas Pinilla o pusieron fin al régimen soviético.

Las colombianas son otra cosa. Se planean contando con ingentes cantidades de dineros públicos, para contratar buses que atravesarán medio país con gente que no sabe a qué la llevan, o si lo sabe, va con espíritu de paseo. El cual podría transformarse en ánimo de trifulca, si la ocasión lo amerita.

Ahí no hay convicción sino oportunismo, aunque habrá quienes crean ciegamente en la causa.

A esos gastos deben sumarse los de los bombos y platillos que el Gobierno hace retumbar en la presentación de proyectos de reforma, que después el Congreso tumbará, por absurdos o por impedir al presidente “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”. Esa platica tampoco se recupera.

Contrasta tal abundancia de recursos (casi digo despilfarro) con la creciente precariedad de las Fuerzas Militares, a las cuales recortan cada vez más los presupuestos. Como si no hubiera territorios ni fronteras por defender, o se buscara convertirlas en una Guardia Suiza tropical.

Sirva como ejemplo el Fuerte Militar Larandia en el Caquetá, una de las regiones más inestables del país. Tiene capacidad para más de 3.000 uniformados, aunque ahora hay 1.200.

Sin embargo, “no hay cama pa’ tanta gente”: cada noche un número apreciable de soldados duerme en hamacas a la intemperie, mojándose, porque casi siempre está lloviendo.

Carecen de capuchones y deben ponerse el uniforme seco, para dejar oreando el mojado, que usarán húmedo el día siguiente. Quienes alcanzan cama, tampoco son privilegiados, porque los colchones están cundidos de chinches, ácaros y otras plagas.

Tampoco hay mesas de comedor suficientes: los cocineros deben preparar cada día tres tandas de desayunos, tres de almuerzos y tres de comidas. Cada ‘golpe’ deben despacharlo en dos horas.

Preocupa el estado de salubridad: diariamente hay casos de paludismo, leishmaniasis, covid y otras enfermedades tropicales. Siempre hay, en promedio, unos 50 soldados aislados, para evitar contagios.

En materia de armamentos, todavía usan fusiles de los tiempos de la guerra de Vietnam. Y aunque fueran como los que tienen los israelíes para asesinar palestinos inermes, en Larandia carecen de municiones.

Hay un solo helicóptero para cubrir desde el Caquetá hasta el Amazonas. Para transportar todo el batallón se necesitarían 20.

Se debió recurrir de nuevo al transporte por tierra, en camiones viejos y no aptos para esa función, con los consiguientes peligros, tanto de accidentes como de ataques guerrilleros. Los cuales tienen orden de no responder, ni para defenderse.

En las democracias cada gobierno es libre de dar prioridad a los programas que le parezcan al gobernante y destinar los recursos que a bien tenga. En la colombiana, esa libertad se convirtió en libertinaje.