Una minoría más vocinglera que argumentativa logró la prohibición legal de las corridas de toros. Con ciego fanatismo, embistió, corneó, banderilleó y estoqueó todos los argumentos de carácter cultural, social y económico expuestos por sus defensores, cuyo derecho a divertirse era teóricamente igual que el derecho de los detractores a impedir que los demás se diviertan. Fui gran aficionado a los toros, sin desconocer su carácter cruento. La crueldad no es parte de la lidia, sino, consecuencia evitable de la ineptitud de algunos toreros, picadores o banderilleros.

Sigue fascinándome el ritual cortesano de las corridas y admiro la apertura de pensamiento de los aficionados, quienes jamás critican -ni agreden- a los no aficionados. El culto al toro surgió en el Paleolítico, de lo cual quedan pinturas, y se convirtió en la taurocatapsia griega, la taurobolia romana y la tauromaquia española. Es un enfrentamiento de la inteligencia y la astucia humanas contra la fuerza y la nobleza bovinas, que el hombre anhela para sí. Al sacrificar la res, absorbe mágicamente sus cualidades. (Las culturas prehispánicas que habitaron el actual territorio caldense practicaron la antropofagia, pues al devorar al guerrero enemigo asimilaban su valentía. Por eso los caldenses son expertos en “comer prójimo”).

Ninguno de quienes se oponen al derramamiento de sangre de toro reprueba el vertimiento violento de la humana. A muchos les fascina la carne, pero no intentan comerse viva una vaca. Su campaña no fue una defensa de la vida. Fue la imposición de la intolerancia a la diversidad de pensamiento.

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De la intolerancia al atropello: La DIAN, cuyos métodos combinan la Inquisición católica, la KGB soviética y la primera línea colombiana, ordenó que a partir de julio 1 todos los declarantes de renta tendrán que hacer facturación electrónica, no importa si venden un barco o un confite. Viene otra debacle económica sobre barrios periféricos, pueblos y veredas, donde ínfimos emprendimientos apenas dan para el diario. Y, sin embargo, deberán conectarse a plataformas especializadas, comprar computador, una aplicación para escanear códigos e internet. Es una inversión cercana a los $3.500.000 anuales, como mínimo. ¿Qué pasará en tantas regiones donde no hay cobertura? O, ¿cómo facturar una cucharada de aceite en una tienda? Porque hay gente tan pobre a la cual no le alcanza ni para el frasco más pequeño, y muchos negocitos viven del menudeo. Su servicio es más social que económico.

¿Cómo ponerle código a un helado casero? Muchos no tienen acceso a una paleta... Quienes toman decisiones suelen ignorar que no son aplicables en su totalidad. O si lo saben, les importa un bledo a cuántos joden. Pero tienen el poder de ir hasta el último rincón del país, no a asesorar, sino a sancionar, allanar y llevarse por delante a quienes no pueden cumplir con tan desproporcionadas exigencias, porque el Estado mismo no ofrece las condiciones. Siguen creyendo que Bogotá es Colombia...

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Del atropello a la ignorancia: La propuesta de cambiar el nombre al estadio Palogrande eximiría definitivamente al Once Caldas de hacer el homenaje que debe a Luis Fernando Montoya y terminaría con otro hito cultural. Créase o no, los nombres de los lugares cuentan historias y dan identidad. ¿Qué dicen de Manizales los parques del Agua y de la Mujer? ¡Nada! El Monumento a los Colonizadores oculta nuestros verdaderos procesos y perpetúa orgullos ajenos sin base. En cambio, el Alto del Perro, La Pichinga o Palogrande, por ejemplo, son referencias turísticas. Poco faltará para que a alguien se le ocurra denominar el edificio de la Gobernación como Palacio Mario Castaño. Aunque para La Blanca sí hay muchos candidatos…