Así llamo yo a Chiribiquete, Parque de excepcional belleza por sus selvas, tepuyes, cascadas, ríos negros que son rojos, fauna y por sus 75.000 iconogramas descubiertos hasta ahora en 68 paredones. Los investigadores, los escaladores y los turistas del mundo ya saben del Parque y su mayor deseo es conocerlo, pero no está abierto por la fragilidad de sus ecosistemas. Duele saber que por los lados del sur del Caquetá ya está entrando la colonización aupada por la guerrilla y los deforestadores; por nada del mundo deberíamos permitir que seamos los propios colombianos los destructores de este tesoro único en el mundo. Ni los colombianos ni nadie.
Entre el 2024 y el 2025 se perdieron 525 hectáreas de bosque en el Parque por la construcción de 81,5 kilómetros de caminos ilícitos en su territorio. Hablo y escribo con particular vehemencia por mi amor a Colombia y porque he estado dos veces metido dentro del Parque, (con los debidos permisos) y lo he sobrevolado en varias ocasiones y conozco de su riqueza y espectacularidad.
Estos son algunos de los científicos que, dirigidos por Carlos Castaño, han estudiado “in situ” el Parque: Thomas van der Hammen, Carlos Lasso, Patricio von Hildebrand y Fernando Montejo, y merced al carbono 14 han establecido que la mayor antigüedad de algunas pinturas rupestres data de 19 mil 500 años.
Tres veces he estado en Chiribiquete con los debidos permisos: dos por tierra y varias veces lo he contemplado desde el aire. La primera fue en diciembre de 1992. En esa ocasión un helicóptero de antinarcóticos nos llevó con el encargo de recogernos a los ocho días. Fuimos Wilfredo Garzón, Orlando Luna y mi persona. El aparato nos depositó en un claro de la selva y allí montamos la carpa. Alguna noche oímos los rugidos de un felino; no podía ser otro que un jaguar o tigre americano o tigre mariposo, así llamado por las pintas de la piel. Estos grandes felinos son peligrosos cuando han sido heridos o cuando han comido carne humana y entonces se convierten en animales cebados y por lo tanto peligrosos pues se aficionan a comer carne humana.
Nosotros pensamos que en esas inmensas soledades nadie habría podido herirlos y que todavía no conocían el sabor de la carne humana y eso nos daba relativa tranquilidad. Muchos otros ruidos de animales oíamos por las noches. Distinguíamos los de las aves, pero había otros extraños y alguna noche sentimos pasos fuera de la carpa, pasos que evidentemente no podían ser de seres humanos. Esos pasos sí nos asustaron, pero no nos atrevimos a salir de la carpa para averiguar.
Estuvimos en una zona donde los árboles no eran gruesos. En esos ocho días que estuvimos en Chiribiquete nos movimos por el bosque, marcando los árboles para no perdernos. Encontramos hongos y musgos raros y vimos muchos insectos para nosotros desconocidos. Un día agarrándonos de matas, rocas y bejucos nos trepamos a un tepuy. Los tepuyes son mesetas de paredes abruptas y cimas planas, típicas del escudo guyanés. Chiribiquete es prolongación hacia el occidente de las rocas del escudo guyanés venezolano, las más antiguas de la Tierra.