Estábamos encaramados en la roca de la isla Guahibos a 100 metros del suelo.

El paisaje que se abre a nuestros ojos es maravilloso: abajo el Orinoco y al frente el río Tuparro, que da nombre al Parque; viniendo de la inmensidad de las planicies el Tuparro entrega sus aguas verdosas a las leonadas del Orinoco.

Las sabanas despliegan todo su encanto y en ellas vemos los morichales y los tepuyes que se encargan del contraste de sus colores negros sobre el verde de los pastizales.

Una de las especies de pastos predominantes en la Orinoquia es el “Andropogon bicornis.” La etimología del griego significa: barba de hombre de dos cuernos. Los dos cuernos se refieren a las barbas que terminan en dos puntas.

Desde arriba apreciamos en toda su longitud y potencia el raudal de Maipures y el famoso Balancín. En los bosques de la cumbre crecen abundantes orquídeas del género Epidendrum, de color rojo encarnado.

Al descenso de la roca de Carestía nos damos un baño en el Orinoco, baño que viene bien para refrescarnos; luego los venezolanos que viven en la isla nos ofrecen el almuerzo.

Después de un rato de siesta bajo un enorme árbol de mango nos dirigimos hacia las bocas del Tuparro para bañarnos de nuevo en una larga poceta que hay cerca de un raudal que se ve inocente y que sin embargo los pescadores cruzan con cuidado.

Mientras los compañeros se bañan yo busco en los arenales el bote del coronel Funes allí encallado. En otros viajes lo he fotografiado, semihundido en la arena.

Luego del baño vendría “el plato fuerte” del día, la visita al Balancín. Regresamos al Orinoco y donde termina el mítico raudal de Maipures echamos pie a tierra y por entre bellas rocas lo fuimos acompañando por la orilla. Vamos remontando.

A unos 200 metros del lugar donde el Tuparro se rinde al Orinoco se encuentra la famosa roca y en el camino para llegar a ella vemos enormes piedras totalmente redondas. Definitivamente este Orinoco maneja “unas herramientas” especiales que unidas al imparable transcurrir del tiempo dejan a su paso enormes bolas pétreas.

El raudal de Maipures, ya lo dijimos, junto con el de Atures, que ya describimos, son los dos poderosos correntones del Orinoco que impiden la navegación del río en ambas direcciones; sea que se remonte, o se descienda, se debe saltar a tierra, y arrastrar la canoa con cuerdas o a fuerza de brazos por la orilla.

La furia de la corriente en el raudal, el estruendo que se oye desde lejos en las sabanas, el “endiablamiento” de las aguas al chocar contra las rocas y levantar olas en las que aparecen trozos del arco iris, los remolinos traicioneros, todo ello hace sentir al hombre su pequeñez ante la furia desatada de los elementos, pero al mismo tiempo lo exaltan y lo llenan de sublimes sentimientos al sentirse parte de ese universo desatado, loco e increíblemente bello.

Estamos ante la octava maravilla del mundo, así llamada por Humboldt.