No fue la única noche lírica de nuestro viaje. Solo una refrescante lluvia que cayó una noche nos impidió bajar a la playa, o al bosque, o a las rocas a mirar las estrellas.

Otra vez fue Rafael Pombo, que no solamente escribió poesías para niños o para adultos cuando fueron niños, sino que mojó su pluma con poemas de elevado lirismo como este que declamé otra noche a orillas del paciente Orinoco que escuchó mis recitaciones.

“Noche como esta y contemplada a solas

no la puede sufrir mi corazón.

Da un dolor de hermosura irresistible,

un miedo profundísimo de Dios.

Esas estrellas… ¡ay! brillan tan lejos

con tus pupilas tráemelas aquí

donde yo pueda en mi avidez tocarlas

y apurar su seráfico elixir".

Se podría afirmar que no hay poeta en la historia de la literatura colombiana que no se haya inspirado en la noche y en sus íntimos reclamos. Todo ello sin olvidar un poema de Diego Fallon Carrión, que ha sido escogido algunas veces en encuesta entre literatos como el más bello de la literatura colombiana: La luna. Son 30 estrofas.

Una noche en las riberas del Orinoco vimos salir la luna “grandota” en el horizonte.

Así comienza el poema:

“Ya del oriente en el confín profundo

la luna aparta el nebuloso velo

y leve sienta en el dormido mundo

su casto pie con virginal recelo”.

El poeta canta a la luna que ilumina a ríos, bosques, desiertos, poblados, polos, mar. “Prados, florestas, chozas y plantíos”.

Otra estrofa, bella como todas, dice:

“Porque esos astros cuya luz desmaya

ante el brillo del alma, hija del cielo,

no son siquiera arenas de la playa

del mar que se abre a su futuro vuelo”.

Recordemos quién era Diego Fallon Carrión. Hijo de un irlandés y de una colombiana; por sus parentescos familiares es tatarabuelo político de Daniel y Ernesto Samper Pizano.

Diego fue ingeniero, poeta, músico y gran políglota. Nació en Santa Ana, Tolima, en 1834 y murió en Bogotá en 1905. Santa Ana es un municipio rico en plata y oro y cambió su nombre para llamarse Falan, en honor de su ilustre hijo.

Antes de irnos de esta zona del raudal de Maipures quiero contar algo del poblado llamado San José de Maipures, que no visitamos en este viaje, pero que yo sí conocí en viajes anteriores.

En 1762 el español José Solano fundó un pueblo a orillas del raudal, pueblo que se llamó San José de Maipures y quedaba frente a la isla Ratón, que es la más grande del Orinoco.

En 1924 los pobladores abandonaron San José y se trasladaron más al sur. El emplazamiento del antiguo poblado es hoy sitio arqueológico en medio de un bosque de viejos y frondosos árboles de mango. Para visitarlo se debe caminar una hora larga por las sabanas.

Allí escarbando y removiendo matorrales se encuentran evidencias de lo que fue San José.

Yo caminé largamente esos bellísimos bosques y sabanas, hace años, bajo un sol inclemente, que para mí no es problema. Lástima que ahora las circunstancias han cambiado y ya no es posible vivir esas emociones.