Hace poco regresé de un viaje a un lugar muy lejano, pensaba escribir en esta columna sobre algunas de las maravillas que visité y compartir mis experiencias con ustedes, pero al regresar me golpeó una realidad innegable; es la realidad en la que vivimos los colombianos y frente a todo lo que ha sucedido en este país recientemente, no puedo acallar mi voz ni pasar por alto que debo sumarme a las miles y millones de personas que claman por la Paz en nuestra patria adolorida.
El atentado en contra de Miguel Uribe Turbay es un hecho que despierta en nuestra memoria las más dolorosas pesadillas; un hombre tan joven, lleno de potencial y de deseos de ayudar a cambiar este país, ha sido silenciado de la manera más mezquina.
Por supuesto que hay una maquinaria muy grande y bien engrasada detrás de este hecho, que usó como perpetrador a un joven inconsciente y posiblemente lleno de necesidades, criado en un ambiente donde los “Rodrigo D, no futuro” abundan. Esa es una de las peores maldades de los que cometieron este crimen, escudarse en ese muchacho para cometer este delito.
La otra verdad es que tenemos un presidente incendiario, que con su lenguaje y sus acciones invita a los violentos a actuar, que en vez de protegernos nos expone a las acciones de los perpetradores de violencia en este país, convirtiéndose él mismo en otro instrumento de la guerra. ¿Esa era la paz total a la que invitaba en su campaña?
Parece más bien la violencia total. Estamos regresando a la época de los carros bomba; ahora son las busetas bomba, las motos bomba, etc., etc. y los pobres policías como carne de cañón, entregando sus vidas como cuota para este conflicto.
Pero al otro lado del espectro hay un coro de voces que reciben todos estos actos como fieras que muestran los dientes, listos para atacar, deseosos de devolver sangre con sangre ¿esa no fue la actitud que sumó a este país en años y años de violencia bipartidista, de la cual aún estamos viviendo las consecuencias?
Así que ¿cómo enfrentar esta nueva ola de terror, en la que víctimas y victimarios se entremezclan de una manera tan difusa? ¿Habremos madurado como país para pensar que ahora las cosas pueden ser diferentes?
Me duele profundamente esta Colombia en la que está creciendo mi hija, en la que crecen todos esos niños, huérfanos de la guerra, víctimas de la pobreza; pero hay un mal aún mayor que nos acecha, es la enfermedad de la desesperanza, contra esa nos tenemos que blindar, pues la desesperanza invita al miedo a instalarse entre nosotros, le facilita el camino a los actores de la guerra para que hagan lo que quieran.
Para mí el antídoto es la Fe, hace poco celebramos en la Iglesia Católica la venida del Espíritu Santo. Hoy le pido a Dios con toda la fe de mi corazón que ilumine las mentes de todos los colombianos y siembre amor en nuestros corazones para que entendamos que ningún tipo de violencia es justificable, hoy más que nunca debe tomar fuerza la oración de San Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de tu Paz; que dónde quiera que haya odio, siembre Amor; donde haya injuria, perdón; donde haya duda, Fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya oscuridad, Luz; y donde haya tristeza, Alegría.” Que así sea.