El próximo 18 de abril mi hija cumple 16 años, ahora veo el tránsito de niña a mujer mucho más claro que cuando cumplió 15 años.
Ya tiene novio y se encuentra en el proceso de escoger una carrera, ese paso tan importante, que definirá una gran parte de su vida.
Ojalá lo haga bien, pues esa decisión marcará su día a día; que ame su profesión es uno de mis mayores deseos para ella.
Son dos las decisiones más importantes que se toman como adulto: la escogencia de la profesión y de la pareja, si nos equivocamos en alguna de las dos las consecuencias negativas para nuestra vida son muchas.
Yo considero que escogí muy bien al que fue mi esposo; un hombre culto, decente, amable, que siempre me apoyó y con el que tuve una hija maravillosa, su inesperada enfermedad y muerte nos separó; el mayor dolor que he experimentado en mí vida, acompañado de miedo y agobio, pues nunca me imaginé que el destino me tenía la tarea de criar a Mariana yo sola.
En cuanto a la profesión, a pesar de tener una vocación muy marcada por las letras desde pequeña, como terminé el colegio de 16 años, en ese momento no tenía la claridad ni la madurez para imponer mi vocación sobre una elección más segura y acorde con las expectativas de mi familia, así que estudié una profesión convencional, que me aseguraba un futuro tranquilo.
Cuando crecí y maduré lo suficiente decidí seguir mi vocación y me di el gusto de hacer una maestría en literatura, viví unos años maravillosos en Bogotá, disfrutando del mundo de la literatura y del cine, la vida me permitió estudiar griego y latín en el Instituto Caro y Cuervo, todo esto lo hice a la par que ejercía mi profesión. Luego me casé, hice otro posgrado y tuve a Mariana.
Todo este giro para decirles, con honestidad, que mi mayor dedicación como ser humano ha sido la de ser mamá, creo que ese ha sido mi doctorado, para el cual me he preparado a conciencia, para intentar acompañar a Mariana en cada una de las etapas de su vida de la mejor manera posible; por ejemplo, cuando vi que la muerte de mi esposo era inminente, busqué la asesoría de una psiquiatra infantil, para que me guiara en todo el proceso y saber exactamente cómo ayudar a la niña, de apenas 3 años, a vivir este momento tan difícil.
Era imposible evitar que sufriera esa pérdida pero, como madre, mi deber era ayudarle a vivirla de la manera más adecuada.
Cierro los ojos y la veo arrodillada frente al ataúd, con su vestido negro, rezando, y a una de sus primas, quien había perdido a su padre seis meses antes, explicándole que esa caja de madera era una especie de nave espacial en la que su papá se iba a ir para el cielo.
Pero es necesario que los niños vean a sus seres queridos muertos y en el ataúd, así no lo recuerden después, en su psique queda grabado ese momento y pueden hacer un cierre.
La vida de Mariana no ha sido perfecta, pero me he esmerado para que sea lo mejor posible, ser su mamá ha sido mi privilegio y mi mayor alegría, espero que esta etapa que comienza sea maravillosa: te amo hija.