Recuerdo de manera vívida el día de la elección del papa Francisco. Como tantos católicos, estaba pendiente de los resultados del cónclave cuando anunciaron a Jorge Mario Bergoglio, cardenal argentino, como padre de la Iglesia.
Lloré de la emoción, aún más cuando anunció el nombre que llevaría durante su pontificado: Francisco, el santo más cercano a mi corazón, crecí con sus enseñanzas y aprendí a admirar su compasión por los pobres, que lo llevó a renunciar a una posición privilegiada, su amor por los animales, su misericordia hacia los enfermos y su profunda convicción de fomentar la paz entre todos los seres de la tierra.
Todos estos principios los acogió el papa Francisco como suyos, los puso en práctica renunciando a la fastuosidad de un cargo tan importante.
En vez de mandar a hacer zapatos nuevos, prefirió remontar los suyos, por eso se le veía caminar con sus zapatos negros, los de siempre.
Se negó a transportarse en carros de marcas lujosas y prefirió usar un carro pequeño, que cualquier persona pudiera comprar, era su argumento. Se veía tan gracioso ese pequeño carro entre autos de tamaño monstruoso, en el desfile que lo recibió cuando visitó Estados Unidos, pero él era así, enseñaba con sus actos, no sólo con sus palabras.
Fue un papa defensor de las causas justas; abogó por los migrantes, por el respeto a todas las religiones, en una foto lo vi inclinado, besando los pies de un representante de otra iglesia, que lo miraba desconcertado, ¿quién no?, ante semejante acto de humildad.
Verlo hablándoles a los presos en las cárceles, recalcando que Dios no se cansa de perdonar y diciéndoles que el primer santo de la Iglesia fue el ladrón al que crucificaron con Jesús; siempre una palabra de esperanza para los necesitados de consuelo.
También vi un documental sobre los sin techo que viven alrededor de la plaza de San Pedro y cómo el papa mandó a adecuar un palacio para convertirlo en refugio para estas personas.
Había una toma muy bonita de un hombre que miraba, a través de una ventana del palacio, el lugar en el que había dormido por años, todavía incrédulo.
Otra de las causas que abanderó el querido papa Francisco fue la conciencia del cuidado de la casa común, nuestra madre tierra, tan maltratada y abusada por nosotros; criticaba duramente la “cultura del descarte”, en la que todo, hasta los seres humanos, se han vuelto desechables.
En sus propias palabras “el peor error que estamos cometiendo es ver a la tierra como sus dueños y no como sus cuidadores”.
Cuando estuve en el Vaticano me impactaron negativamente la ostentación y el culto al ego, que para mí simbolizan las estatuas de algunos de los papas, que se exhiben en la Basílica de San Pedro, el único lugar que me produjo un impacto espiritual fue la Capilla Sixtina, la atmósfera a media luz y los frescos de Miguel Ángel sí invitan al recogimiento.
Francisco no quiso vivir en el apartamento que se le había preparado en el Palacio Apostólico Vaticano, prefirió una sencilla habitación en la Casa de Santa Marta.
Por eso, cuando se reveló su voluntad de ser enterrado en una iglesia fuera del Vaticano, que para él tenía un gran significado, lo entendí completamente.
Descansa en paz amado papa Francisco, te llevaremos en nuestro corazón, espero tu pronta santificación, tú sí fuiste un símbolo de lo que Cristo quería para su Iglesia.