Ser madre siempre ha sido un gran reto, ha requerido dedicación, entrega, amor incondicional; nuestras prioridades se transforman en procura del bienestar de alguien más, porque ese ser desplaza todo, a veces hasta a la pareja, pero es que cuando un hijo nace nuestro corazón ya tiene nuevo dueño; el amor por ese ser es incomparable, desmesurado, absoluto. Nos transforma, esa es la realidad, nadie nos lo dice, pero nuestra identidad cambia con la maternidad, nos lleva a tomar decisiones, a veces trascendentales para nuestro futuro, siempre en procura del bienestar de esa criatura que nos ha encomendado Dios para que la cuidemos.
Antes de que naciera Mariana yo tenía mi vida establecida en Bogotá, vivía muy bien, tenía un desempeño profesional muy satisfactorio, mi vida intelectual, mi matrimonio, todo en ese lugar. Cuando iba a nacer mi hija decidí venir a tenerla a mi amada Manizales, para recibir todo el amor, enseñanzas y cuidados de mi madre, quien todavía vivía y recibió la llegada de la niña con la más grande alegría; ese tiempo que pasé a su lado, aprendiendo a ser mamá me transformó y a través de sus peticiones constantes para que me regresara a vivir acá, entendí en mi corazón que eso era lo mejor para mi hija.
El día que me acompañó al aeropuerto para regresar a Bogotá le dije: “Bueno mamá, voy a llegar a preparar todo para venirme a vivir a Manizales” y así fue. Siete meses después llegué con hija, esposo y todo lo demás, a establecerme en mi ciudad. Pienso que el Espíritu Santo me habló a través de mi mamá, pues en menos de tres años mi esposo había fallecido. ¿Qué hubiese sido de mí, sola en Bogotá, con una niña pequeña, sin el apoyo y el amor de mi mamá y de mi familia? El duelo es muy doloroso, pero fue menos duro porque tenía un círculo de apoyo que me rodeó y me contuvo en los momentos más difíciles.
Mariana siempre ha sido mi prioridad, pero cuando me quedé sola decidí que quería ser la mejor mamá que pudiese llegar a ser y a partir de ese momento comencé a hacer un trabajo mucho más consciente; empecé a buscar información, por ejemplo en la Escuela de Padres del Colegio San Luis Gonzaga, en esa época tomé un diplomado sobre educación de los hijos, así me fui preparando y luego me vinculé a un grupo que se llama Padres Coherentes, liderado por la psicóloga María Isabel Guerrero, especialista en infancia y adolescencia. Con ella también he realizado varios cursos para prepararme para cada una de las etapas de mi hija; preadolescencia, adolescencia, incluso un taller de sexualidad para padres de hijos adolescentes, pues si los queremos guiar de la mejor manera, tenemos que tener la mejor información.
Ser madre hoy implica llenarse de herramientas para darles a nuestros hijos la mejor crianza posible; actualizarnos en todo lo que está sucediendo en el momento actual, entender cómo las nuevas maneras de relacionarnos, por ejemplo las redes sociales, han transformado la forma en la que ellos interactúan, se relacionan y se proyectan en la sociedad, los peligros a los que se exponen si no estamos alerta, pero también la innegable realidad de que estamos educando hijos para el mundo: “La ironía más grande de la maternidad es que estás criando a la única persona sin la que no puedes vivir, para que aprenda a vivir sin ti…”.