Esta semana, mientras culmina en Manizales la versión XXIV del Festival Internacional de la Imagen, el Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona de la Universidad de Caldas ha vuelto a ser escenario de arte, tecnología y pensamiento.

Se trata de un evento de talla global que, sin embargo, sigue siendo invisible para muchos en la ciudad, incluso para quienes viven a escasos metros del recinto.

Esta paradoja no es anecdótica, es síntoma de una política cultural que no ha logrado consolidarse como proceso social, ni generar apropiación ciudadana.

El complejo Salmona, más allá de su imponente arquitectura, alberga la Biblioteca Central del Campus y ha sido declarado Distrito Creativo por el Decreto 0356 del 2021. Se le reconoce como una apuesta estratégica de la ciudad para fortalecer un ecosistema cultural y creativo.

Pero esta declaratoria, más allá del papel, no se refleja en la práctica institucional ni en la política pública cultural 2021–2031, promulgada nueve meses después sin siquiera mencionarlo. Así lo demuestra Carlos Dussán en su reciente tesis de maestría en Diseño y Creación Interactiva (Dussán, 2025).

Su análisis, sustentado en el Modelo de Análisis de Políticas Públicas (MAPP), revela que el Salmona Distrito Creativo fue excluido como actor estratégico, y que la participación ciudadana en el proceso de formulación fue limitada, esporádica y jerarquizada. Los talleres realizados contaron con escasa asistencia y carecieron de articulación con las redes del sector cultural, lo que evidencia una débil legitimidad del proceso.

El diagnóstico es compartido por Acebedo-Restrepo y Licona-Calpe (2022), quienes plantean en su investigación un “fracaso trialéctico” de la política cultural de Manizales: pobre representación institucional, prácticas culturales poco integradas al diseño de política, y espacios simbólicos desarticulados.

La cultura se ha gestionado como un acumulado de eventos, sin una visión integral, participativa y sostenida en el tiempo.

En este contexto, la reciente transformación de las Áreas de Desarrollo Naranja (ADN) en Territorios Culturales, Creativos y de los Saberes (TCCS), promovida por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, representa una oportunidad de cambio.

El nuevo enfoque reconoce no solo el valor económico de la cultura, sino también los saberes ancestrales, la diversidad, las prácticas colaborativas y la inclusión de jóvenes, mujeres y poblaciones étnicas.

Pero, ¿estamos realmente transitando hacia esa visión? Más que una zona estratégica, el Salmona podría ser el corazón del ecosistema cultural de Manizales. Su conexión con universidades, festivales y redes creativas le da un potencial único, pero su consolidación como hub cultural exige más que decretos: requiere articulación institucional, participación ciudadana y una voluntad política que entienda la cultura como un bien común, no como un privilegio de élites.

Mientras disfrutamos del Festival Internacional de la Imagen, es legítimo preguntarnos si estamos ante un referente cultural o simplemente ante una fachada. Tanto el Centro Cultural Salmona como el Festival carecen del reconocimiento ciudadano que merecen. Aún no han logrado ser apropiados por la ciudadanía, especialmente por quienes viven en sus alrededores.

Esta falta de arraigo revela que la política cultural no puede seguir siendo un asunto de élites académicas o institucionales. Manizales ha sido llamada “Ciudad Universitaria”, “Ciudad Educadora”, “Eje del Conocimiento” y “Ciudad del Aprendizaje”. Pero estos títulos deben traducirse en prácticas efectivas.

Si aspiramos a consolidar un ecosistema cultural que genere valor social, económico y simbólico, necesitamos procesos con enfoque territorial, en los que la ciudadanía tenga voz, y la política cultural se construya desde abajo, con los actores del territorio.

Hoy, más que nunca, necesitamos que el Salmona deje de ser solo un telón de fondo para eventos y se convierta en un verdadero laboratorio ciudadano de creación cultural.