En el siglo XVI Tomás Moro imaginó una isla lejana llamada Utopía, donde la equidad no era aspiración, sino norma; donde los bienes eran compartidos, la política era servicio y la prosperidad se medía en bienestar colectivo. Esa isla no existía en el mapa, pero desde entonces ha habitado la conciencia de quienes se atreven a soñar con sociedades mejores.
Hoy, en Caldas, ese viejo sueño ha comenzado a germinar. No como una copia literal, sino como una inspiración transformada por la historia, la geografía y la cultura de nuestro territorio. Procaldas nace como nuestra versión de Utopía: no una isla, sino una plataforma viva; no una ficción, sino un acto valiente de articulación y de esperanza.
Durante años, esa utopía caldense vivió como viven los grandes ideales: en conversaciones dispersas, en gestos aislados, en deseos compartidos por líderes que no se conformaban con la inercia. Pero toda utopía -incluso la de Moro- requiere dos cosas para hacerse realidad: visión y voluntad.
Y eso fue justamente lo que ocurrió en esta primera Asamblea General de Procaldas: la visión antigua encontró las voluntades necesarias para dar un primer paso.
En la Utopía de Moro, la clave del bienestar era la colaboración entre todos los sectores de la sociedad, el respeto profundo por lo común, y la convicción de que nadie prospera si su comunidad se deteriora. ¿No es eso lo que hoy nos une? Empresarios que no solo aportan recursos, sino también sentido de pertenencia. Ciudadanos que no solo exigen, sino que se comprometen. Instituciones que entienden que articularse no es ceder poder, sino multiplicar impacto.
La utopía de Moro hablaba también de un sistema educativo que formaba no solo en conocimientos, sino en valores; de una economía pensada para la dignidad, no para la acumulación; de una política guiada por la ética, no por el interés personal.
Hoy Caldas da pasos hacia esa dirección. Procaldas se construye sobre esos mismos pilares: confianza, generosidad, futuro compartido.
Este proyecto no es perfecto -ninguna utopía lo es cuando pisa tierra-, pero sí es profundamente necesario. Porque necesitamos creer que es posible una región en la que las decisiones no dividan, sino que unan; en la que la innovación se conecte con la equidad, y que en cada rincón de los 27 municipios tenga lugar en un mismo relato.
La utopía de Moro era una provocación intelectual. Procaldas es una provocación práctica: ¿qué pasa si dejamos de esperar que otros transformen la región y lo hacemos nosotros? ¿Qué pasa si dejamos de ver el desarrollo como una competencia y lo vivimos como una creación compartida?
Firmamos esta declaratoria con la misma convicción con la que Moro escribió su libro: no para describir lo imposible, sino para empujar los límites de lo posible. Porque ahora sabemos que la verdadera utopía no está en un libro del Renacimiento, sino en cada acto de colaboración que florece en esta tierra.
Procaldas no es un lugar al que llegamos. Es una historia que empezamos a escribir. Juntos.