“Manizales está cumpliendo 173 años. Por estos días sí se le notan”. Fue lo que escribió la periodista Ana María Mesa en su cuenta de Twitter, el pasado 12 de octubre. A decir verdad, si contamos con los números centenarios de las ciudades, esto quiere decir que la ciudad está envejeciendo mal desde muy joven.
A veces, hablar de lo fea que se ve la ciudad es un caballito de batalla cuando nos deja de gustar un alcalde y queremos reclamarle algo. De tanta especulación nos queda solo la recriminación estética, bastante subjetiva por cierto, como último valor de progreso o retroceso. Cuando el gobierno nos gusta un poco más o no queremos reclamarle tanto, me pregunto si en realidad vemos la ciudad bonita o si simplemente la preocupación estética deja de ser útil y vuelve a ser la menor de las urgencias.
Creo que es eso. Que el rechazo público a una Manizales fea parece más algo eventual, de coyuntura política y electoral. Por supuesto que un alcalde podrá ayudar a acelerar lo que creemos feo, pues es claro que toma decisiones o, en este caso, las deja de tomar. Pero al final el afeamiento pasa más por la despreocupación general, gobierno tras gobierno, que es la regla. Si volvemos a los tiempos centenarios, una ciudad no se hace bonita por decreto ni se afea en cuatro años.
Es cierto que pasamos por la estética arriera y fondista del partido Liberal de Las Marionetas. Proliferaron las fondas, caspetes y restaurantes en espacio público y antejardines, que ahondaron nuestra despreocupación en publicidad exterior. Su intento de regularizar los antejardines pareció más un proyecto alcabalero que uno de estética urbana. Apareció la iluminación con fosforescentes y morados en monumentos y vías. Y nos dejó una famosa puerta gigante y una torre de El Cable transformada de ícono a valla. Pero nada de eso habría sido posible sin la despreocupación general por el afeamiento que venía de años atrás.
Entonces llegamos a este proyecto verde, que es pálido, chueco, a medias. Un poco porque pensó que la estética bici iba a dar transformaciones por sí sola, pero no. Le cuestan las obras de espacio público. El embellecimiento con la infraestructura peatonal, que ha sido el más viejo de los trucos en las ciudades del mundo, ha ido quedando arrumada para las calles menos centrales y que menos se caminan. Manizales hoy es una ciudad de parques chirringuiticos, muchos sin bancas, muchos sin árboles que den sombra. Eso, los árboles. Siempre son lo primero de quitar cuando no nos queda más espacio.
La ciudad insiste en no hacer un plan maestro de espacio público, en no reformar su publicidad exterior embutida, en no regularizar los antejardines convertidos en tugurios de tejas de zinc y parales de hierro. No pone límites al cableado que va por el aire anudándose de esquina en esquina. No ilumina con asesoría urbana y patrimonial sus momentos y su  centro histórico. “Dejar [la estética de una ciudad] al arbitrio de quien sabe quién, es bastante nocivo, porque le resta poder a la imagen, convirtiéndola en una pobre anécdota que en nada contribuye al emprendimiento y la innovación que deben ser en el mundo global”, escribió Jorge Alberto Gutiérrez en 2019.
En Manizales las calles y las aceras son para parquear. Ambiciona la ciudad como un gran estacionamiento al aire libre. Quien camina o se queda sentado en la calle no disfruta ni las fachadas, ni los antejardines, ni el paisaje, ni los árboles. Su paisaje es su propio reflejo en los vidrios de la fila de vehículos estacionados.
Ahora bien, esta es una ciudad con cada vez menos paisaje. Se lo están quedando los dueños de las terrazas en los edificios nuevos en Cerro de Oro, Chipre, La Francia y el descenso hacia La Enea. Edificios que rayan con la arquitectura socialista, para algunos inspiradora en la construcción de vivienda del occidente más capitalista: uniformes, con materiales económicos, acabados básicos y meticulosamente cuadriculados para que no quede espacio sin salir a venta. “La espléndida vista está ahora reservada sólo para quienes compren allí un apartamento de lujo”, escribió Adriana Villegas el 25 de septiembre.
En nuestra ciudad descreemos de todo lo que nos hace tomar fotos en las ciudades de afuera. Nos dirán que es solo cambiar de alcalde para que la ciudad florezca. Lo dudo. La ciudad está fea y no por los grafitis, como dicen. Envejece mal desde joven.