Julio de 2023 ha sido el mes más caluroso en la tierra, según el observatorio europeo Copernicus. Este calentamiento progresivo y vertiginoso generó el año pasado solo en Europa más de 60.000 muertes y este año empieza a dejar estragos. 
Estas temperaturas, ya cotidianas en muchos lugares, son una evidencia más de los impactos del cambio climático sobre la vida en la tierra. Si esta tendencia persiste, julio de 2023 podría pasar de ser recordado como el mes más caluroso a convertirse en el “mes más refrescante” en los archivos históricos. 
Y mientras el planeta se calienta en un extremo, en otro se derrite. En Latinoamérica y África, fenómenos extremos como sequías, deslizamientos, aumento del nivel del mar y cambios en los patrones de lluvia también cobran vidas a diario. Territorios como estos, marcados por un empobrecimiento y una inequidad crónicas, además de las pérdidas humanas y animales, soportan cargas adicionales como la destrucción de infraestructuras, nuevos desplazamientos forzados, propagación de enfermedades infecciosas, pérdida de empleo y retroceso en la seguridad alimentaria, profundizando aún más el panorama de desigualdad.
De allí que la frustración que generan la inacción y la falta de justicia, solo crezca. Pese a que esta historia es de conocimiento común, se encuentra ampliamente documentada y la fuente, que no es otra sino la forma de producción y consumo humanos, ha sido plenamente identificada desde hace varias décadas, no se avanza al ritmo que requiere la situación. 
Y es que es inconcebible que con la evidencia científica sobre las causas del cambio climático y con los avances técnicos y tecnológicos alcanzados para hacerle frente, aún las decisiones y acciones políticas sean tan tímidas. Mucho de este absurdo se lo debemos, por un lado, a los magos del lobby, aquellos que se aferran a sus inmorales fortunas y hacen todo lo posible para que el cambio sea solo un concepto de presentaciones de powerpoint o estrategias de marketing. Por otro lado, a los políticos financiados por estos intereses, que terminan representando en el sector público no a la sociedad sino a las compañías. Y, por último, a quienes, por ignorancia o torpeza, se montan en la ola del negacionismo, olvidando que negar la realidad no hace que desaparezca.
​​En medio de este panorama, por fortuna la conciencia ambiental de la ciudadanía se acrecienta y mejora. Asimismo, la emergencia y fortalecimiento de coaliciones como citiES en España, la Misión Europea para alcanzar más de 100 ciudades climáticamente neutrales en 2030, la revitalización de movimientos sociales ambientales en Europa y Latinoamérica, junto con las derrotas electorales de negacionistas probados como Trump y Bolsonaro, y el ascenso de liderazgos políticos con plena conciencia de su responsabilidad en estos ámbitos, empiezan a trazar un camino de esperanza en la lucha contra el cambio climático. 
Estas coaliciones y liderazgos, además de los impactos de sus acciones y estrategias, están inculcando una nueva conciencia a este proceso. Comprenden que si la acción climática no se fundamenta en la equidad y en la transformación de nuestras formas de vida, producción y consumo, los ajustes resultarán meramente superficiales, volverán a perjudicar a aquellos históricamente más afectados y serán insuficientes para garantizar nuestra vida en el planeta.
Por ello, llamados como el realizado por la artista británica Cornelia Parker en la COP 26, enfatizando la urgencia de abordar la crisis climática, cobran cada día mayor relevancia. El mensaje desplegado por la artista en Glasgow en 2021, sigue siendo una exigencia clara y contundente a los líderes del mundo: “Apresúrense, es el momento”.