La geógrafa española Marta Román recordó hace poco una frase que se ha popularizado en los últimos años: “antes teníamos calles ricas y casas pobres, hoy tenemos casas ricas y calles pobres”. Román se refería a la tendencia de priorizar y sobredimensionar calles para los carros privados, las cuales han terminado por “succionar” dinámicas individuales y colectivas de gran valor.
Al respecto, el sociólogo Richard Sennett ha señalado que en las ciudades modernas se valora la distancia sobre la cercanía, lo cual agrava las desigualdades. En los territorios extensos y dispersos se suele concentrar el poder y ampliar las brechas entre clases y culturas, fortaleciendo identidades fijas y no dialogantes entre sí. “La densidad es la virtud de la ciudad; la distancia, su vicio”, sintetiza.
En un esfuerzo por invertir esa relación, el urbanista colombo-francés Carlos Moreno trabaja desde hace varios años en el concepto de la Ciudad de los quince minutos, en la que los servicios esenciales (vivienda, trabajo, compras, educación, salud y ocio) están accesibles a un cuarto de hora. Para ello, Moreno propone transformar el diseño de las ciudades a partir de cuatro elementos: la proximidad, la mezcla, la densidad y la ubicuidad. Esto llevaría a territorios con cercanía entre servicios y ciudadanos, con altos niveles de integración e inclusión social, un crecimiento basado en el máximo aprovechamiento de los potenciales espacios de vivienda y en los cuales la tecnología aporte conexiones permanentes.
Aunque la idea de la ciudad de los quince minutos está en fase de prueba, tanto a nivel teórico como de política pública, ya se perciben efectos positivos derivados de este cambio de enfoque. Iniciativas como las Manzanas del Cuidado en Bogotá, las Supermanzanas en Barcelona y Valencia, y la promoción de la caminabilidad en París, están generando nuevos ritmos, relaciones y dinámicas, que están mejorando la calidad de vida, promoviendo la apropiación del espacio público y ayudando a abordar los retos derivados del cambio climático.
Bajo este paradigma, ciudades como Manizales tienen la oportunidad de repensar y redirigir su desarrollo urbano, enfocado en las últimas décadas en el desprecio por el transporte público, el favorecimiento de actividades rentísticas y la expansión urbana. Casos como el proyecto de la Comuna San José, el intento de construcción de una mega ciudadela cerca de la Reserva Río Blanco, los fracasos repetidos en la constitución de un sistema integrado de transporte y la proliferación de vehículos particulares, han acentuado la desigualdad social, la segregación espacial y la pérdida de identidad cultural e histórica.
Sin embargo, diversas razones respaldan la idea de que este modelo puede transformarse. Factores como su tamaño, su riqueza natural, la relevancia de sus universidades y una sociedad civil empoderada en diversos ámbitos, junto con prácticas arraigadas como almorzar en casa o tomarse una siesta, sugieren que la posibilidad de rediseñar Manizales con los criterios propuestos por Moreno es una opción realista.
Adicionalmente, en la ciudad ya existen polos consolidados donde las personas participan en dinámicas en un lapso de menos de 15 minutos. El Grupo de Investigación en Movilidad Sostenible de la Universidad Nacional, Sede Manizales, ha confirmado que zonas como el Centro Histórico y Confa de la 50, y los barrios La Sultana y La Enea, presentan una concentración significativa de servicios y una combinación de usos del suelo. Esto conlleva que sean espacios de intensa actividad social, mayor apropiación del espacio público y un aumento en el uso de medios de transporte activo, convirtiéndolos en lugares más acogedores y dinámicos.
La ciudad de los quince minutos no es una solución mágica ni un enfoque único, pero es una propuesta valiente y valiosa. Aunque pueda parecer utópica, está basada en dinámicas genuinas y tangibles, que no son sólo deseables, sino también necesarias si buscamos transformar y enriquecer la manera en que experimentamos la vida en nuestras ciudades. La búsqueda de la equidad debe constituir el corazón de este tipo de enfoques ante los importantes retos territoriales, con la esperanza de que en el futuro podamos, tal como sugiere Moreno, evaluar el éxito de una ciudad, además de sus avances en justicia económica y social, también por “la calidad de las interacciones que fomenta”.