A veces uno se convierte en el arqueólogo de sí mismo cuando revisa los viejos papeles escritos a lo largo de la vida. Medio siglo después de haberlo terminado para siempre a los 18 años, he vuelto a rescatar de un maletín un libro compacto que bajo el título de América Escondida escribí con pasión en largas jornadas buscando expresar las pulsiones y convicciones del momento.
Desde muy temprano escribía poemas, muchos de ellos marcados por las angustias adolescentes y la poesía de moda nadaísta, pero a partir de 1970 los poemas adquirieron un marcado tono americano, revolucionario y comprometido con las luchas sociales que en ese momento encendían a los jóvenes de todos los continentes contra los imperios y sus guerras.
Había descubierto desde temprano la poesía de Walt Whitman y Federico García Lorca en bellas ediciones y la obra del modernista colombiano José Asunción Silva en la edición realizada por el Banco de la República. Todas esas figuras me marcaron en esos años al mismo tiempo que llenaba como loco cuadernos de poemas que no tenían títulos sino que iban numerados.
Devoraba poesía e historia prehispánica mexicana o peruana, así como el Martín Fierro y la poesía gauchesca, La Araucana de Alonso de Ercilla, el Popol Vuh maya, las leyendas chibchas, sin olvidar La poesía ignorada y olvidada del gran poeta Jorge Zalamea, las visitas al Museo del Oro o la lecturas de el libro Los quimbayas bajo la dominación española de Juan Friede, donde se cuenta el trágico exterminio de los indígenas, geniales orfebres, que vivían en nuestra tierra.
En 1968 llegó a Manizales en el marco del Festival Internacional de Teatro el gran poeta chileno Pablo Neruda y los poetas adolescentes pudimos seguirlo por las calles de la ciudad y asistir a ese espectacular recital suyo en el Teatro Fundadores, cuando la muchedumbre quebró los portalones de vidrio para invadir el recinto con tanta fuerza que yo me vi impulsado al escenario, a su lado, como lo atestiguan fotos del acontecimiento.
Durante el recital estuve junto a él y al final me acerqué y de la edición empastada del Canto General que leía con su voz gangosa, extraje una cinta marcadora de sedoso papel blanco donde él tenía escrita con tinta verde la palabra Pobreza, que conservé durante mucho tiempo como un amuleto. Esa experiencia de estar cerca a Neruda y seguirlo por la ciudad fue sin duda un momento clave para el poeta en ciernes, ya que después, como era de esperarse, adopté ese tono americanista encendido, telúrico y comprometido de su poesía y lo apliqué en la construcción del libro, con cuyos poemas me ganaba casi todos los concursos intercolegiados, uno de cuyos trofeos conservo.
El manuscrito con textos escritos entre 1970 y 1972 circuló entre mis amigos y después Mario Nova lo llevó al teatro. Sé que la obra se presentó en modestos escenarios populares o escolares. Nunca pensé en publicarlo, pero siempre cargué el mecanuscrito tipeado en máquina de escribir. Lo consideraba una curiosidad impublicable por la que sentía cierto rubor y viajó conmigo por el mundo. Está intacto en la misma carpeta tal y como como lo dejé en 1972, ya terminado. Tal vez sentí después desdén por él pues se inscribía dentro de un tipo de poesía que ya no practicaba, la épica y comprometida, con textos largos como La epopeya del barro, Que las águilas preñen los nopales o Que renazcan los cóndores.
 Al reunir toda la poesía por invitación del poeta Fernando Denis, descarté lo escrito antes de viajar a Europa en 1974.  Pero tal y como dice Michael Hamburguer en el prólogo a su Poesía completa, es muy dificil para todo poeta decidir en un momento dado a partir de cuando considera que su obra es válida y publicable. Con angustia se pregunta si hay que descartar o no los primeros escritos, o sea si hay que censurar o no al poeta adolescente.
Este libro que tiene logros, unidad y fuerza y fue escrito con pasión en los encendidos años del sueño latinoamericanista, está ahí como un extraño y sorprendente objeto de la arqueología personal. Esos textos fueron escritos por alguien que aun vibra dentro de mí y a veces escribía airadas cartas al que viviría décadas déspués en el futuro siglo XXI, pidiéndole no renunciar a sus sueños ni traicionarlo.
Ahora le respondo contando la historia secreta de un libro que siempre guardé con esmero. Debo reconocer que las ideas de ese autor latinoamericanista, telúrico, defensor de las causas sociales, que reivindicaba héroes prehispánicos como Tupac o Cuauhtémoc, pirámides, ríos, cumbres, cóndores, jaguares y águilas, han vuelto a estar vigentes en estos tiempos. Toda palabra y mucho más las escritas cuando todo comienza, merecen una nueva oportunidad porque el tiempo es un animal circular o un espejismo que siempre se muerde la cola.