La poesía colombiana tiene muchas joyas secretas que uno disfruta siempre, como ocurre con Morada al sur de Aurelio Arturo, Pensamientos del amante de Fernando Charry Lara o Los elementos del desastre de Álvaro Mutis, entre otros.
Y entre las generaciones posteriores también hay varias colecciones inolvidables como Casa que respira, de Samuel Jaramillo González (1950), que es un libro de cabecera. El libro, en la impecable edición de Letra a Letra (Bogotá, 2016), reúne una veintena de textos que evocan la infancia y la adolescencia transcurridas por el hablante en una casa grande del Quindío, donde el de la voz vive con su abuelos y familiares después de la muerte prematura y trágica del padre.
Se describen los ámbitos de esa región cafetera con sus vientos y soles, lluvias y nieblas, ríos y quebradas, guaduales y prados, sembradíos, cafetales y trochas, pero además se adentra en el alma de personajes que vienen de otras épocas ancestrales y sobreviven en tiempos de violencia que rasgan al país.
Ahí se avistan los temibles pájaros de la violencia que persiguen liberales y se sienten los temores que llevarán al abandono de esa casona de tres pisos, poblada de cuartos, chambranas, corredores y ventanas, patios, jardines, materos. El abuelo liberal y tal vez masón rodeado de libros secretos de librepensadores en los cuartos superiores donde se encuentra la biblioteca que alimenta al de la voz poética, las máquinas de escribir a las que tiene acceso y lugar donde se hacen las cuentas del negocio, en medio de la tierna confianza del viejo por el nieto huérfano, que lo acompaña en tren los domingos en el desaparecido ferrocarril hasta la finca de Quimbaya.
Todo se estremece con la irrupción de la joven y bella Estrella, cuyos senos untados de saliva y su alegría contagiosa conmueven al adolescente. Su llegada a la casa hace ver y germinar todo con mayor colorido y mucho tiempo después su voz seguirá rondando por la casa abandonada.
Desde la atalaya del librepensador el poeta descubre el mundo, el deseo, la soledad, la música que sale de las sórdidas cantinas, el paso del tiempo, ante lo que a veces se rebela al caminar solitario por las calles frías de los andes hasta el amanecer o a caballo entre las callejuelas de ese territorio de colonización.
Ahí está la abuela Soledad, la más bella de Circasia que se casa con el abuelo y se convierte en la matrona infalible de un mundo donde cumple la ardua tarea de hacer que todo funcione desde la madrugada hasta el anochecer para que siempre esté lista la harina molida de maíz para las frescas arepas del desayuno y nunca falte ninguno de los alimentos en el comedor de la casa.
Samuel Jaramillo es autor de una vasta obra poética, ensayística y narrativa en la que destacan libros como Geografías de la alucinación, Selva que regresa, Bajo el ala del relámpago, entre otros muchos. Cada uno de sus libros, como el magnífico Casa que respira, es un estremecedor testimonio del paso del tiempo y de las llaves secretas del pasado que ayudan a cerrar para siempre los portones finales.