Se ha buscado siempre la posibilidad de remediar los males del mundo sin que hasta ahora se encuentre la fórmula. Cada año que pasa el balance es el mismo: una mezcla de tragedias naturales, temblores, tsunamis, deslizamientos, inundaciones, a las que se agregan los despropósitos efectuados por la propia humanidad violenta. O sea una sucesión real y terrible de videojuegos de la muerte aquí y en Cafarnaún.
Hace tiempos pistoleros y suicidas fanáticos islamistas inmolaron a la líder paquistaní Benazir Bhutto, que se unió al destino de los indios Mahatma e Indira Gandhi, como si en esa tierra milenaria de epopeya de donde todos venimos la violencia fuera la única vía para solucionar las contradicciones políticas y religiosas.
Cada año los cuerpos descuartizados de civiles proyectados por las explosiones de los bombardeos nos recuerdan que no sólo allí sino en casi todos los países del mundo el asesinato es una de las artes mayores, pues hasta el propio líder sueco social demócrata Olaf Palme cayó bajo las balas asesinas, como en Estados Unidos lo fueron John Fitzgerald Kennedy, su hermano Robert y el líder negro pacifista Martin Luther King.
De los primeros recuerdos de infancia está la imagen en cámara lenta de la limusina descapotable del joven presidente estadounidense que cae abatido bajo las balas de Lee Harvey Oswald, quien a su vez poco después caería acribillado por las de un tipo con pinta y sombrero de mafioso italiano llamado Jack Ruby. Antes de la llegada a la Luna los niños ya sabíamos que el crimen es el arte esencial de los políticos y desde entonces comprendemos que en este mundo de intereses, codicias y grandes negocios el lenguaje de las armas es la regla y la excepción la paz, la tolerancia y el diálogo.
Por esos años los niños colombianos tuvimos otra imagen conmovedora: la del cura guerrillero colombiano Camilo Torres, cuyo rostro apareció en las primeras planas de los periódicos con ese rictus de muerte, la hirsuta barba y el silencio de quien nunca hablaría ya más que en el mito. Y un año después, desde Bolivia, nos llegaba la imagen de otro guerrillero latinoamericano, esta vez el Che Guevara, ejecutado tras su captura en las montañas de Bolivia y cuya imagen está viva para bien o para mal en el mundo.
Desde entonces en una progresión geométrica, Colombia siguió el camino de la muerte, superando cada década el horror de las anteriores. Los niños de entonces escuchábamos los relatos de La Violencia que dejó cientos de miles de muertos tras el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Y nombres como el de la policía “chulavita”, que eran los paramilitares de la época, quedaron para siempre grabados en nuestra memoria junto a sus métodos de tortura y exterminio, incluso contra cuerpos ya inertes, como el tristemente célebre “corte de franela”.
Medio siglo después los nuevos “chulavitas” narcoparamilitares y sus métodos superaron en horror los de aquellos, con sus famosas motosierras, sicarios y masacres, que son más genocidios que otra cosa. Un partido político completo con miles de militantes fue exterminado por esas temibles fuerzas paramilitares que ejecutaron a miles y miles de opositores o supuestos opositores, sacerdotes, profesores, sindicalistas, obreros, intelectuales, que apenas comienzan a salir de las fosas comunes parecidas a las de Argentina, Chile, Uruguay, Serbia, Bosnia y Ruanda. Y hasta hoy no se sabe quiénes fueron los verdaderos autores intelectuales de esa matanza.
Si los niños de ayer oímos hablar de la muerte de Gaitán y de la terrible policía “chulavita”, los niños de hoy oyen hablar de Pablo Escobar y sus sucesores, los paramilitares de las motosierras o de la guerrilla y sus secuestros y asonadas infames. 
No es consuelo, pero la violencia de nuestro país es sólo un episodio de la violencia humana en general. Si hoy todo el mundo de Asia, Africa, Oriente Medio, Israel, Gaza, Yemen, Siria y Ucrania está encendido entre atentados, guerras y genocidios, no hay que olvidar que la rica Europa estuvo igual hace apenas ocho décadas y que la guerra de los balcanes fue a fines del siglo XX. Y que la Segunda Guerra Mundial está casi tan cerca como el inicio de la Violencia en Colombia.
Todo indica que esta tercera década del siglo XXI será otra más de cifras y balances de muertes, atentados, partes de guerras y agresiones, en una apocalíptica lucha sin fin por las riquezas del mundo que viene desde los orígenes de la humanidad y es al parecer algo inherente y esencial a su extraña presencia sobre la tierra. Y roguemos para que los líderes mundiales, comandados por la poderosa industria armamentística, no se enfrasquen de nuevo en una aterradora Tercera Guerra Mundial