El uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) analizó la literatura del continente desde todos los puntos de vista, y vio en ella el fruto no solo de una tradición narrativa, sino también poética, por el lado de las vanguardias y la obra iluminadora de Neruda, el de la Residencia en la tierra. En un pequeño, pero esclarecedor ensayo, El boom de la literatura latinoamericana, hace un fresco dinámico de la literatura continental, buscando sus múltiples orígenes, desde los primeros escritores “americanos”, el modernismo de Darío y de Rodó, hasta el efecto producido por Huidobro y Neruda.
A su vez incluye en el estudio la compleja y valiosa literatura brasileña, que es excluida a veces cuando se habla de literatura latinoamericana, pero que en muchos aspectos ha sido más viva y revolucionaria que la del lado hispánico de América. En su violenta arqueología de la novela de estas latitudes, rescata del olvido a autores tan adelantados como Macedonio Fernández y Machado de Assis, para luego dar la moneda del César a Jorge Luis Borges, de quien fue no solo amigo, sino también estudioso pertinaz.
Preocupado por los nuevos autores, tratando de descubrir las nuevas tendencias, concluye que Cien años de soledad es más el fin de un largo ciclo que una apertura, y cree, lo que puede también ser discutible, que los nuevos rumbos están planteados en la prosa de Lezama, en la auto-reflexión de los textos borgeanos, en el delirio “barroco” que hace del lenguaje el centro de la trama novelística. Durante décadas leyó manuscritos en ciernes, conversó con autores entonces tan jóvenes como Severo Sarduy y Homero Aridjis, siempre guiado por la antiparra libre de presiones ideológicas y políticas. Muchas de sus tesis pueden ser discutibles, pero ningún estudio sobre los rumbos de nuestra novela podrá prescindir de su lúcida y corrosiva crítica.
No en vano, cada una de sus conferencias era como un hapenning que escandalizaba a los piadosos de la crítica con sus atroces monóculos y su cejijuntez. Implacable con los españoles, con esa academia mortecina propugnadora de la profilaxis lingüística, Rodríguez Monegal valoró las diversas expresiones literarias del continente, sin recurrir a las funestas “aduanas” del marxismo, el estructuralismo o la ortegassetez.
Por decir lo que pensaba, con furibundos sarcasmos, estuvo a punto de ser linchado en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, durante el homenaje a Octavio Paz, celebrado a fines de agosto de 1984, con motivo de sus 70 años. Junto a él, entre otras personas, estaban los hispqnos Félix Grande y Rosa Chacel.
Rodríguez Monegal, con el porte y el rostro que lo hacían parecer al Dr. Samuel Johmson o a un jefe Sioux, enfiló sus adargas contra don Tomas Navarro Tomás (T.N.T) y Ortega y Gasset, provocando la iracundia de los dos hispanos. Luego el asunto degeneró en la furibunda reacción del público. El asunto tuvo que concluir antes de que se armara la trifulca.
Más tarde, a la salida, en una noche de fines de agosto, lo vi por última vez salir muy pálido y serio; con su alta estatura, el saco azul, la maleta de académico y las antiparras corrosivas, hacia el centro de la ciudad en busca de un taxi. Mientras tanto, una joven ayudaba a caminar a Rosa Chacel, que moribunda y temerosa, había tenido alientos para salir del desgano y atacar a “ese hombre”, como dijo después en una entrevista.
Esta anécdota lejana es algo más que pintoresca. Es la prueba de que pese al éxito del boom en España, a la revolución modernista de Darío, a las brigadas de asalto de Huidobro y Neruda, en la madre patria no se soporta la soberbia, el sarcasmo o la irreverencia de ultramar. La obra y la actitud del viejo maestro uruguayo es un ejemplo para quienes hoy deseen destruir las “aduanas” de la literatura hispanoamericana.
Emir Rodríguez Monegal es autor de varios libros imprescindibles como El boom de la novela latinoamericana, El arte de narrar, Borges, Una biografía literaria y Neruda, el viajero inmóvil, entre otros. Fue director de la polémica revista Libre, profesor de literatura en New Haven, Estados Unidos, e hizo parte de un grupo de analistas literarios de diversas nacionalidades ya desaparecidos que supieron en su momento revisar con rigor y sarcasmo la historia y la actualidad de la literatura de América Latina, como el también uruguayo Ángel Rama, los colombianos Jaime Mejía Duque y Rafael Gutiérrez Girardot y el peruano José Miguel Oviedo, entre otros.